La Montaña de la Amistad


Había una vez en la Cordillera de los Andes, un volcán llamado Aconcagua que se sentía diferente a los demás.

Mientras sus hermanos volcanes escupían fuego y humo constantemente, él prefería estar en silencio y contemplar el paisaje que lo rodeaba. Un día, mientras observaba el vuelo de los cóndores por encima de su cumbre, escuchó unas risas provenientes de la base de la montaña.

Al acercarse con curiosidad, descubrió a un grupo de animales del bosque que se habían reunido para jugar y divertirse juntos. Entre ellos había un zorro astuto, una liebre veloz, un puma imponente y varios pájaros coloridos.

Aconcagua se sintió fascinado por la alegría y camaradería que compartían aquellos seres tan diferentes entre sí. "¡Hola, amigos! Soy Aconcagua, el volcán", se presentó tímidamente. "¡Wow! ¡Un volcán que habla!", exclamó sorprendida la liebre. "¡Qué interesante! Nunca antes habíamos conocido a alguien como tú", dijo el zorro con admiración.

Aconcagua pasó horas conversando con los animales, quienes le contaron historias sobre el bosque y las aventuras que vivían cada día. El volcán se dio cuenta de cuánto disfrutaba escuchar sus relatos y compartir su tranquilidad con ellos.

Con el tiempo, Aconcagua se convirtió en un amigo inseparable para los habitantes del bosque. Los días ya no parecían tan monótonos para él; ahora tenía compañía con quien reír, explorar y aprender cosas nuevas.

Pero un día todo cambió cuando sintieron temblores provenientes del interior de la montaña. El volcán les explicó preocupado:"Amigos míos, creo que pronto entraré en erupción. Es algo natural en mi naturaleza como volcán".

Los animales asustados pensaron en huir lejos para salvarse del peligro inminente. Sin embargo, recordaron todas las veces que Aconcagua los había cuidado y acompañado sin pedir nada a cambio. Entonces decidieron quedarse junto al volcán para apoyarlo en ese momento difícil.

Juntos buscaron una solución creativa: construyeron barreras naturales con rocas y árboles para desviar la lava hacia lugares seguros donde no causara daño.

Finalmente, llegó el momento esperado: Aconcagua entró en erupción liberando su energía acumulada pero gracias al esfuerzo conjunto lograron proteger al bosque y a todos sus habitantes.

Desde ese día, Aconcagua comprendió que ser diferente no significaba estar solo o ser menos valioso; al contrario, su singularidad era lo que lo hacía especial y capaz de forjar amistades verdaderas basadas en el respeto mutuo y la solidaridad. Y así siguió viviendo feliz junto a sus amigos del bosque, siendo testigo silencioso pero presente de las maravillas de la naturaleza.

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