La montaña de los sueños



En un pequeño pueblo, rodeado de verdes prados y colinas, vivía una hermana llamada Sofía y su hermano mayor, Juan. Sofía era una niña alegre y curiosa que siempre soñaba con escalar la gran montaña que se alzaba en el horizonte. Esa montaña era conocida como "La montaña de los sueños" y se decía que quien llegara a la cima podría pedir un deseo.

Un día, Sofía decidió que era el momento de escalar la montaña. Sin embargo, no era algo fácil y Juan, su hermano mayor, estaba preocupado.

"Sofía, no creo que sea una buena idea que escales sola. La montaña puede ser peligrosa" - le dijo Juan con voz seria.

"Pero quiero llegar a la cima. Solo así podré desear lo que más quiero, ¡y eso no es peligroso!" - respondió Sofía con determinación.

A pesar de las advertencias de su hermano, Sofía preparó su mochila y salió hacia la montaña. Juan la siguió, aunque con el corazón apretado de ansiedad.

Al principio, el camino parecía sencillo. Cantaban y reían, pero a medida que avanzaban, el terreno se volvió difícil. Las piedras eran resbaladizas y el viento soplaba con fuerza.

"¡Sofía, ten cuidado! No es un juego, aquí hay que ser responsable" - gritó Juan, viendo cómo su hermana tropezó con una piedra y casi cae.

Sofía, un poco ofendida, le respondió: "¡Yo puedo! Solo estoy un poco cansada, no necesito que me cuides todo el tiempo".

Las tensiones empezaron a surgir. Juan sentía presión por cuidar a su hermana, mientras que Sofía deseaba demostrarle que era capaz de escalar la montaña sola. A medida que subían, se encontraron con un desvío que llevaban a un camino más irregular. Sofía miró a su hermano con desafío.

"Te apuesto que puedo tomar ese camino más rápido" - dijo Sofía con una sonrisa picaresca, apuntando hacia un sendero lleno de piedras.

"Sofía, no lo hagas. Es arriesgado" - advirtió Juan, sintiendo cómo su corazón palpitaba.

Pero Sofía, llena de energía, decidió ir por el camino dificultoso. Cuando empezó a correr, Juan se quedó atrás, preocupado. Por unos momentos, escuchó las risas de su hermana, pero, de repente, un grito rompió la alegría.

"¡Juan! ¡Ayuda!" - gritó Sofía, quien había tropezado y estaba en el suelo, asustada.

A toda prisa, Juan corrió hacia su hermana. Cuando llegó, Sofía estaba llorando.

"No puedo... me duele... y tengo miedo" - dijo afligida.

Juan, en ese momento, se agachó a su lado y le dijo suavemente: "Está bien, Sofía. A veces las cosas no salen como lo planeamos. Lo importante es que estamos juntos y podemos superarlo. Tienes que entender que no estoy aquí para ser el malo, sino para cuidarte".

Sofía lo miró y, a pesar de las lágrimas, sintió alivio al escuchar las palabras de apoyo de su hermano.

"Lo siento, Juan. Quería hacerlo sola y demostrar que puedo, pero me di cuenta de que tenerte a mi lado es mejor" - confesó Sofía avergonzada.

"No necesitas demostrarme nada. Lo que importa es que ambos aprendamos y nos apoyemos" - le respondió Juan, sonriendo.

Después de unos momentos, Sofía se levantó con la ayuda de Juan y juntos decidieron volver a tomar el camino por el que habían venido. Al llegar a la cima, ambos estaban exhaustos pero felices.

"¿Ves? Juntos somos más fuertes. Ahora podemos pedir nuestro deseo" - dijo Juan.

Sofía miró al horizonte y sonrió. "Mi deseo es que siempre estemos juntos, sin importar lo que enfrentemos".

Y así, en lo alto de la montaña, entre risas y abrazos, los dos hermanos aprendieron que a veces, la verdadera fuerza está en el apoyo mutuo y que, aunque el camino sea difícil, siempre valdría la pena recorrerlo juntos.

FIN.

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