La montaña mágica de Lucía y su abuela
Había una vez, en lo alto de una hermosa montaña, una niña llamada Lucía que vivía con su abuela, Doña Rosa. Su casa era pequeña pero llena de amor, rodeada de árboles enormes, flores de colores y una granja con muchos animales: gallinas, patos, dos caballos y una oveja muy traviesa llamada Pelusa.
Cada mañana, Lucía despertaba temprano, escuchando el canto de los pájaros y el suave susurro del viento entre las hojas. A menudo, ayudaba a su abuela a cuidar de los animales.
"Abuela, ¿qué haremos hoy?", preguntó Lucía con entusiasmo.
"Hoy es un día especial, Lucía. Vamos a buscar flores mágicas en el bosque. Dicen que tienen poderes para llenar de alegría cualquier corazón que las encuentre", respondió Doña Rosa, sonriendo.
Intrigada, Lucía llevó con ella a Pelusa, la oveja, y juntos se adentraron en el bosque. Caminaron entre los árboles altos y escucharon el hermoso canto del agua de un arroyo cercano.
"Mirá, Lucía, ¡hay un arcoíris!", exclamó Pelusa, saltando de alegría.
"¡Es hermoso!", dijo Lucía. "Seguro que debemos seguir ese arcoíris; podría llevarnos a las flores mágicas".
Mientras seguían el arcoíris, encontraron un claro lleno de colores brillantes. De pronto, vieron unas flores que resplandecían bajo el sol.
"¡Las encontramos!", gritó Lucía emocionada.
Pero cuando se acercaron, un pequeño duende apareció.
"¡Espera! Estas flores son especiales. Solo pueden ser recogidas por aquellos que tengan un corazón puro. ¿Por qué las quieren?", preguntó el duende con voz suave.
Lucía miró a Pelusa y pensó que no eran solo flores bonitas, sino que quería compartir la alegría con su abuela.
"Queremos llevarlas a casa para hacer sonreír a todos, especialmente a mi abuela. Ella siempre me enseña a cuidar de los demás", respondió.
El duende sonrió.
"Entonces pueden llevarse algunas. Pero recuerden, cuiden de ellas y nunca olviden compartir la alegría con otros", advirtió.
Lucía y Pelusa agradecieron al duende y recogieron las flores con mucho cuidado. Al regresar a casa, la abuela Doña Rosa estaba esperándolas en la puerta.
"¿Dónde estaban, chicas?", preguntó con curiosidad.
"¡Encontramos flores mágicas y un duende también!", respondió Lucía, mostrando las flores.
Doña Rosa se maravillo con el brillo de las flores y, con cada una de ellas, preparó un ramo para llevar a sus vecinos. Juntas, fueron casa por casa, compartiendo flores y sonrisas.
La alegría que llevaron fue contagiosa. Todos los vecinos comenzaron a hablar entre sí, contar historias y reír. Lucía se sintió feliz al ver a todos unidos y complacidos.
Esa noche, mientras se acomodaban en sus camas, Lucía susurró:
"Abuela, hoy aprendí que la verdadera magia no solo está en las flores, sino en la alegría que podemos compartir con los demás".
Doña Rosa la abrazó y respondió:
"Así es, querida. La felicidad se multiplica cuando se comparte". Y así, en cada rincón de la montaña, el amor y la alegría florecieron como las flores mágicas que Lucía había encontrado en el bosque.
Desde ese día, Lucía y su abuela siguieron compartiendo la magia de la alegría, volviendo siempre a buscar más flores y más momentos especiales con quienes las rodeaban. Y así, su vida en la montaña nunca estuvo sola, llena de risas y buenos amigos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.