La montaña rusa de los descubrimientos



Había una vez un niño llamado Santi que vivía en un pequeño pueblo. Santi era muy inteligente y siempre estaba lleno de curiosidad, pero había algo que no le gustaba: ir a la escuela.

Cada mañana, cuando su mamá lo despertaba para prepararse, él se escondía debajo de las sábanas y decía: "¡No quiero ir a la escuela!" Su mamá trataba de convencerlo diciendo: "Santi, la escuela es importante.

Allí aprenderás cosas nuevas y te divertirás con tus amigos". Pero nada parecía funcionar. Un día, mientras Santi caminaba por el pueblo con su amigo Pedro, vieron a un grupo de personas construyendo una enorme montaña rusa.

Los ojos de Santi se iluminaron al instante y exclamó emocionado: "¡Eso sí que es divertido!". Pedro sonrió y dijo: "Sí, sería genial subirnos". Entonces, Santi tuvo una idea brillante.

Se acercó al encargado de la construcción y preguntó si podían subirse a la montaña rusa cuando estuviera lista. El encargado asintió con una sonrisa y dijo: "Por supuesto, chicos. Serán los primeros en probarla".

Desde ese momento, cada vez que llegaba el momento de ir a la escuela, Santi recordaba su promesa de montarse en la montaña rusa. Eso lo motivaba lo suficiente como para levantarse temprano y prepararse rápidamente. Los días pasaban volando para Santi mientras esperaba ansioso el gran día.

Mientras tanto, en la escuela, Santi comenzó a darse cuenta de lo divertido que podía ser aprender. Descubrió su amor por las matemáticas y la música, y se hizo amigo de muchos compañeros. Finalmente, llegó el día esperado.

Santi y Pedro se encontraron frente a la montaña rusa recién construida. Estaban emocionados y un poco asustados al mismo tiempo. "¿Estás listo?" preguntó Pedro. Santi asintió con una sonrisa en su rostro.

Ambos subieron al carro de la montaña rusa y sintieron cómo sus corazones latían rápidamente mientras ascendían lentamente hacia la cima. Cuando alcanzaron la cima, soltaron un grito lleno de emoción mientras se deslizaban a toda velocidad por las curvas y vueltas.

Cuando bajaron del emocionante paseo, Santi se dio cuenta de algo importante: así como había superado su miedo a la montaña rusa, también había superado su miedo a ir a la escuela. A partir de ese día, Santi fue feliz en el colegio.

Aprendió cosas nuevas cada día y disfrutaba compartiendo sus conocimientos con sus amigos. Ya no tenía miedo ni quería quedarse en casa porque sabía que cada día era una nueva oportunidad para aprender algo interesante.

La historia de Santi demostró que cuando enfrentamos nuestros miedos con valentía, podemos descubrir experiencias maravillosas e inolvidables en lugares donde nunca imaginamos encontrarlas. Y así fue como Santi aprendió que ir a la escuela puede ser tan emocionante como subirse a una montaña rusa.

FIN.

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