La Montaña Sonriente y la Montaña de Mujer
Había una vez, en un hermoso valle cubierto de flores de colores brillantes, una montaña que siempre llevaba una gran sonrisa en su cima. La montaña sonreía porque disfrutaba del cálido sol, del suave viento que acariciaba sus laderas y de los pajaritos que cantaban alegres a su alrededor. Sin embargo, aunque tenía muchos amigos en la naturaleza, como los árboles, las nubes y los ríos, nuestra montaña era bastante solitaria.
Un día, mientras miraba el horizonte, la montaña sonreiente vio algo extraordinario. De repente, entre las nieves del invierno, emergió una bella montaña que tomó forma de mujer. Su vestido era de verdes pastos y flores silvestres, su cabello eran riachuelos que caían en cascadas, y sus ojos brillaban como las estrellas en el cielo.
La montaña sonriente se asombró y le gritó: - ¡Hola! ¿Quién sos? ¡Te he estado esperando! -
La nueva montaña le respondió con una risa melodiosa: - ¡Hola! Soy la Montaña de Mujer. He estado observando tu hermosura desde lejos y he venido para jugar. -
La montaña sonriente se emocionó. - ¡Jugar! Eso suena maravilloso. ¿Qué haremos? -
- Podemos hacer un desfile de nubes o jugar a las escondidas entre los árboles. - dijo la Montaña de Mujer mientras sonreía.
Y así, las dos montañas comenzaron a jugar. Primero, hicieron un desfile de nubes que pasó por el cielo como si fueran elegantes bailarinas. Las nubes danzaban, formaban figuras y los pájaros aplaudían. Después, jugaron al escondite, donde la montaña de mujer se ocultaba detrás de sus propias colinas y la montaña sonriente contaba hasta diez, disfrutando cada momento.
Sin embargo, la alegría fue interrumpida cuando un fuerte viento comenzó a soplar, trayendo consigo densas nubes oscuras. - ¡Oh no! Se viene una tormenta! - exclamó la montaña sonriente preocupada.
La Montaña de Mujer le respondió: - No te preocupes, soy fuerte. Juntas podemos enfrentar cualquier tormenta. -
Con valentía, ambas montañas se unieron y usaron su energía para desviar las nubes. La montaña sonriente hizo rebotar las nubes con su risa, mientras que la montaña de mujer las atrapaba con su vestido de flores. Juntas, lograron dispersar las nubes, dejando al sol brillar de nuevo.
La montaña sonriente estaba llena de gratitud. - Eres increíble. Nunca pensé que podría divertirme tanto y afrontar una tormenta. -
La Montaña de Mujer sonrió. - La vida es mejor cuando la compartimos. Te propongo que juguemos todos los días. Dos montañas son más fuertes y felices juntas. -
Desde ese día, la montaña sonriente ya no se sintió sola. Todos los días, la Montaña de Mujer venía a jugar y juntas exploraron cada rincón del valle, creando nuevas aventuras por doquier. Las dos montañas aprendieron una valiosa lección: la amistad y la colaboración pueden hacer que los momentos difíciles sean mucho más fáciles y que la felicidad se multiplique.
Al final, las montañas se convirtieron en inseparables, compartiendo risas, juegos y el brillo del sol. Su historia se convirtió en la leyenda del valle, recordando a todos que no importa cuán solitario pueda sentirse uno, siempre hay modo de encontrar un amigo con quien compartir la alegría de vivir.
FIN.