La mosca y el gato en el río
Era un hermoso día de primavera en el pequeño pueblo de Río Verde. El sol brillaba entre las hojas de los árboles y el aire estaba lleno de colores y sonidos. En la orilla del río, una pequeña mosca llamada Mili revoloteaba alegremente, disfrutando de la calidez del sol.
- ¡Mira cómo vuelo! – decía Mili mientras hacía piruetas en el aire.
Un poco más lejos, en la sombra de un gran sauce, un gato llamado Nino tomaba una siesta. Su pancita estaba llena de delicioso pescado que había cazado esa mañana.
- Zzzz... ¡Qué día tan tranquilo! – murmuró Nino en su sueño.
Mili, al verlo tan relajado, decidió acercarse para jugar.
- ¡Despertate, gato dormilón! – gritó Mili a todo pulmón.
Nino abrió un ojo medio dormido y respondió:
- ¿Qué pasa, pequeña mosca?
- ¡Vamos a jugar! – animó Mili.
- No sé, estoy muy cómodo acá… – dijo Nino rascándose la cabeza.
Pero Mili no se iba a dar por vencida. Ella sabía que siempre era divertido jugar con amigos. Así que, después de insistir un poco más, Nino finalmente se levantó.
- Está bien, un rato nomás – concedió Nino estirándose.
Juntos comenzaron a jugar a atrapar. Mili volaba en círculos y Nino intentaba seguirla saltando y corriendo por la orilla. Fue muy divertido, pero de repente, mientras realizaban una de sus travesuras, Mili se dio cuenta de que la corriente del río había comenzado a aumentar.
- Nino, mira, el agua está subiendo – dijo Mili alarmada.
- No te preocupes, estoy aquí – respondió Nino, pero la corriente era, de repente, más fuerte de lo que pensaban. En un instante, Mili, descuidada por sus juegos, se encontró muy cerca de la orilla y, con un giro desafortunado, un viento fuerte la empujó y la llevó directo hacia el río.
- ¡Ayuda! – gritó Mili mientras era arrastrada por el agua.
Nino, que había estado justo en la orilla, se dio cuenta de lo que estaba pasando. Sin pensarlo dos veces, saltó en la dirección de Mili y extendió su pata.
- ¡Agárrate de mí! – gritó Nino.
Mili se aferró a una hoja que flotaba en el agua, pero seguía siendo llevada por la corriente. Nino se estiró lo más que pudo y finalmente logró empujar la hoja hacia la orilla, donde la corriente era más suave.
- ¡Lo lograste! – exclamó Mili, emocionada pero un poco asustada.
- ¿Ves? Te dije que no te iba a dejar sola – respondió Nino, con una sonrisa de alivio.
Ambos tomaron un momento para recuperarse de la emoción que acababan de vivir. Mili miró a Nino con gratitud y, al mismo tiempo, le dijo:
- Debo admitir que juguetear cerca del río no fue una buena idea…
- Lo sé, juguemos más lejos de la orilla la próxima vez – sugirió Nino.
Mili asintió. Habían aprendido algo muy importante: a pesar de ser amigos, cada uno tenía que cuidar el bienestar del otro. Después de un rato, Mili le ofreció a Nino un trato.
- ¿Qué te parece si hacemos una carrera hasta el roble allá? – propuso Mili, emocionada.
- ¡Me encanta! – respondió Nino con ojos brillantes.
Así, comenzaron su carrera, riendo y disfrutando el día bajo el sol brillante. Aprendieron que la diversión es más segura cuando se tiene cuidado, y que siempre es mejor jugar juntos y cuidar del otro. Desde ese día, jugaban en el parque, lejos del peligro, y se convertían en los mejores amigos del pueblo de Río Verde.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.