La moto del corazón
Marcelo era un niño muy curioso y apasionado por las motos. Desde que era pequeño, soñaba con tener su propia moto y recorrer las calles de su barrio sintiendo la libertad en cada curva.
Sin embargo, Marcelo vivía en una casa humilde y sus padres no podían permitirse comprarle una moto. Un día, mientras paseaba por el parque, Marcelo encontró una vieja moto abandonada detrás de unos arbustos.
Estaba un poco oxidada y le faltaban algunas piezas, pero a Marcelo le brillaron los ojos de emoción al verla. Decidió llevarla a casa y arreglarla poco a poco con la ayuda de su abuelo.
"¡Abuelo, mira lo que encontré! ¡Una moto vieja pero perfecta para mí!", exclamó Marcelo emocionado. Su abuelo sonrió y aceptó ayudarlo a arreglar la moto. Juntos pasaron tardes enteras limpiando, pintando y reparando cada parte de la vieja máquina hasta que finalmente quedó como nueva.
"¡Listo Marcelito, tu moto está lista para rodar! Pero recuerda siempre usar casco y respetar las normas de tránsito", le advirtió su abuelo. Marcelo asintió emocionado y se montó en su flamante moto.
Con el viento soplando en su rostro, recorrió las calles del barrio demostrando sus habilidades como un verdadero motociclista. Todos los vecinos lo miraban con admiración y él se sentía orgulloso de haber logrado su sueño gracias al esfuerzo y la ayuda de su abuelo.
Pero un día, mientras paseaba por el centro del pueblo, vio a un niño triste mirando las vitrinas de una tienda de juguetes. Se acercó a él para preguntarle qué le pasaba. "¿Por qué estás tan triste?", preguntó Marcelo con voz amable.
El niño levantó la vista y respondió: "Es mi cumpleaños hoy pero mis papás no pudieron comprarme el juguete que quería". Marcelo recordó lo feliz que se había sentido al encontrar la vieja moto abandonada y decidió hacer algo increíble.
Sin dudarlo un segundo, le regaló al niño su preciada motocicleta totalmente arreglada. El niño no podía creerlo y sus ojos brillaban de felicidad al subirse a la moto y dar una vuelta por el pueblo junto a Marcelo.
Desde ese día, se hicieron amigos inseparables e incluso formaron juntos un club de motociclistas infantiles donde compartían aventuras sobre ruedas y valores como la generosidad y la amistad.
Y así, Marcelito aprendió que compartir lo que tienes con los demás puede traer mucha más felicidad que cualquier posesión material. Y aunque ya no tuviera una moto propia, sabía que siempre tendría amigos dispuestos a acompañarlo en cada viaje de la vida.
FIN.