La muerte y los cinco niños



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Valle Verde, donde cinco niños: Sofía, Tomás, Lía, Mateo y Julián, pasaban sus tardes jugando en el parque. Un día, mientras exploraban un rincón mágico del bosque cercano, se encontraron con un personaje peculiar: La Muerte, que tenía una apariencia amistosa y una risa contagiosa.

"¡Hola, pequeños!" - saludó La Muerte con una voz suave, que resonó como un eco en el aire.

Los niños se asustaron al principio, pero pronto se dieron cuenta de que esa Muerte no era como la que pensaban. Tenía una capa negra, pero se la había adornado con coloridos dibujos de flores y estrellas.

"No les tengo miedo, soy solo una viajera entre mundos. Soy La Muerte, pero no vine a asustarlos, sino a jugar con ustedes. ¿Les gustaría?" - dijo, sonriendo.

"¿Jugar?" - preguntó Tomás, con cautela.

"Sí, jugar. Les puedo mostrar cómo se celebran las vidas que se han ido, y aprenderemos sobre el ciclo de la vida juntos. ¡Les prometo que será divertido!" - respondió La Muerte.

Intrigados, los niños aceptaron la propuesta. Al instante, el bosque se llenó de luces brillantes y risas. La Muerte los llevó a un lugar donde la naturaleza se abrazaba con colores vibrantes. Cada planta y animal era una historia.

"¿Ven ese árbol gigante?" - preguntó Lía, señalando hacia un imponente roble.

"¡Sí!" - exclamó Mateo.

"Ese árbol ha vivido más de un siglo. A través de su vida ha visto muchas cosas: risas, llantos, alegrías y tristezas. Cada hoja que caía era una historia que dejaba atrás, pero también podía dar vida a otras generaciones de flora y fauna. ¿Pueden sentir su energía?" - explicó La Muerte.

Los niños cerraron los ojos y sintieron cómo el viento acariciaba sus rostros. Era como si el árbol les susurrara cuentos de su vida.

"Parece que el árbol nunca se va del todo. Siempre nos deja algo en cada hoja que cae" - reflexionó Julián.

La Muerte asintió.

"Exacto, Julián. Así es la vida. Todos tenemos un propósito, incluso aquellos que ya no están físicamente con nosotros. A veces, su energía nos rodea en los momentos más inesperados. Ahora, vamos a jugar un juego de recuerdos y celebración. Cada uno de ustedes compartirá un recuerdo bonito que tienen de alguien que ya no está. Al hacerlo, les mostraré cómo esos recuerdos pueden alentarlos a seguir adelante" - propuso La Muerte.

Los niños comenzaron a compartir sus recuerdos más preciados. Sofía recordó a su abuela que siempre le contaba historias de su infancia, mientras que Tomás habló sobre su amigo del jardín que siempre sabía cómo hacerlo reír. Lía compartió una anécdota sobre su mascota que la hacía sentir especial. Mateo recordó a su tío que le enseñó a andar en bicicleta, y Julián contó la historia de su hermana mayor que siempre le ayudaba con la tarea.

La Muerte escuchaba atentamente a cada uno, asintiendo y sonriendo.

"Todos esos momentos son pequeños tesoros que llevan en sus corazones. La muerte no significa el final, sino una celebración de todo lo que hemos vivido y compartido. Vamos a lanzar unos globos al cielo con estos recuerdos para que lleguen hasta ellos" - propuso La Muerte.

Con globos de colores en mano, los niños escribieron sus recuerdos en pequeños papeles, los ataron y los soltaron. Miraron cómo ascendían, reflejando el amor y la felicidad en sus rostros.

"¿Vieron? Hasta el cielo se mezcla con nuestro cariño. Y eso nunca se pierde, siempre sigue vivo" - dijo La Muerte, emocionada por la conexión que habían creado.

Los niños comenzaron a sentirse cada vez más cómodos con La Muerte. Se dieron cuenta de que, a pesar de su apariencia, era una compañera paciente y sabia.

"¿Puedo volver a verte alguna vez?" - preguntó Mateo, su curiosidad brillando en sus ojos.

La Muerte sonrió.

"Siempre estaré aquí, en sus recuerdos. Recuerden eso: no necesitan despedidas tristes, porque los que amamos nunca se van del todo, están en las historias que compartimos y en nuestras risas. ¿Qué les parece si hacemos esto una vez al mes?"

Los niños aceptaron entusiasmados. Desde ese día en adelante, La Muerte y los cinco niños se reunieron cada mes en su lugar secreto, contando historias, celebrando la vida y viajando juntos a través de los recuerdos.

Y así, en Valle Verde, aprendieron que no había que temerle a La Muerte, ya que siempre sería una amiga que les enseñaría sobre la belleza de la vida, el valor del recuerdo y la importancia de disfrutar cada momento.

Fin

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!