La mujer risueña y la lluvia mágica



Era un día nublado y la lluvia caía a cántaros en la ciudad. A pesar del mal tiempo, la mujer risueña, conocida por todos como Marisa, caminaba con una sonrisa en el rostro. Su risa podía oírse a varios metros de distancia, contagiando a todos a su alrededor.

"¡Mirá, allá viene Marisa!", dijo un niño señalando a la mujer.

"Sí, siempre con su risa, aunque llueva", respondió su amiga.

Marisa estaba en camino de regreso a su casa después de un largo día de trabajo. Tenía una peculiar costumbre: en cada camino hacia su hogar, siempre recogía algo que la hacía sonreír aún más. Esa vez, la lluvia la había sorprendido.

Al mirar hacia el suelo, Marisa vio algo brillante entre los charcos. Se acercó despacio y, para su sorpresa, era un pequeño pez de colores que había quedado atrapado en una charco.

"¡Oh no! ¿Qué haces aquí, pequeño?", preguntó Marisa, agachándose para ver al pescadito más de cerca.

"¡Ayúdame! No sé cómo volver al río", respondió el pez con una voz suave y melodiosa.

Marisa, con su corazón generoso, decidió ayudar al pez.

"No te preocupes, te sacaré de aquí. ¡Voy a buscar un camino que te lleve de vuelta al agua!", exclamó emocionada.

Con mucho cuidado, Marisa tomó al pez y comenzó a caminar hacia un pequeño arroyo cercano. En su camino, se encontró con un grupo de patos.

"¡Hola, Marisa! ¿A dónde vas tan apurada?", le preguntó uno de los patos.

"Voy a llevar a este pez de vuelta al río. Se perdió y necesita ayuda", respondió Marisa con determinación.

Los patos, al ver que Marisa estaba ayudando a su amigo, decidieron unirse a la causa.

"¡Nosotros te ayudamos!", dijo uno de los patos mientras se alineaban en filas.

Marisa agradeció a los patos por su apoyo. Juntos, formaron un pequeño grupo y avanzaron bajo la lluvia, saltando de charco en charco. A medida que avanzaban, Marisa se dio cuenta de que el camino era más largo de lo que había pensado.

"¿Y si no llegamos a tiempo?", se preocupó un pato.

"¡No te preocupes! La lluvia siempre tiene un propósito. Quizás el río nos necesita hoy más que nunca", contestó Marisa con su característica sonrisa.

Finalmente, después de un largo trayecto, llegaron al arroyo. El agua brillaba como un espejo y el pez parece haber cobrado vida con sólo ver su hogar tan cerca.

"¡Mirá! ¡Ya casi llegamos!", exclamó Marisa con entusiasmo.

Con mucho cuidado, Marisa colocó al pez en el agua y, de inmediato, el pez dio varias vueltas de alegría.

"¡Gracias, Marisa! Eres realmente una amiga increíble. ¡Nunca olvidaré tu bondad!", dijo el pez mientras nadaba en círculos.

"Y yo nunca olvidaré a mis amigos que me ayudaron. Sin ustedes, no lo hubiera logrado", respondió Marisa sonriendo a todos.

El pez se despidió feliz y se sumergió en el arroyo, saltando alegremente. Los patos se quedaron celebrando junto a Marisa.

"Nos alegra que hayas ayudado a nuestro amigo, Marisa. Siempre es lindo ver cómo ayudan a los demás", dijeron los patos en coro.

Marisa, orgullosa, les contestó:

"Cada pequeño acto hace una gran diferencia. Y la lluvia, hoy, nos ha reunido a todos para hacer algo bueno. Recuerden que siempre hay que ayudar, sin importar la lluvia, el sol, o cómo nos sintamos."

Con una nueva risa aún más radiante, Marisa, junto a sus nuevos amigos, emprendieron el camino de regreso a casa, disfrutando del sonido de la lluvia y de la felicidad que habían creado en su travesía.

Y así, aunque la mujer risueña llegó empapada a casa, su corazón estaba más seco que nunca, lleno de alegría y amistad. Desde ese día, todos en el barrio supieron que ayudar a los demás es una aventura que vale la pena, incluso bajo un cielo nublado.

Fin.

FIN.

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