La Nabidad de Natalia
Era una mañana en el pequeño pueblo de Viento Norte, y Natalia despertó emocionada. Era 24 de diciembre, ¡el día de la Nabidad! Este año, su mamá le había contado sobre una tradición muy especial: colaborar para hacer la mejor Nabidad que el pueblo hubiera visto.
Natalia, una niña de diez años con una imaginación desbordante, se sentó en su escritorio y comenzó a hacer una lista de cosas que podía crear para esta celebración: galletitas de jengibre, muñecos de nieve y una enorme tarjeta para los vecinos.
-Natalia, ¿cuál es tu plan para hoy? -le preguntó su mamá, mientras preparaba la masa de las galletas.
- Voy a hacer unas decoraciones increíbles, ¡así todos en el pueblo se sienten queridos! -contestó Natalia con una sonrisa gigante.
Natalia salió a la plaza y se encontró con sus amigos, Mateo y Clara.
- ¡Chicos! ¡Este año vamos a hacer algo diferente! -les dijo. - Vamos a transformar la plaza en un lugar mágico, y quiero que todos participen.
- ¿Pero cómo? -preguntó Clara, algo dudosa.
- Con nuestras manos, muchas ideas y un poco de trabajo en equipo. ¡Vamos a hacer volar nuestra imaginación! -exclamó Natalia.
Los tres amigos pasaron horas recolectando ramas, hojas de colores y luces viejas. Mientras armaban decoraciones, escucharon rumores de que un grupo de adultos se había quejado, diciendo que la Nabidad no era para los niños.
- Eso no puede ser cierto, ¿verdad? -se preguntó Mateo. - ¡Es nuestra mayor oportunidad de hacer reír a la gente!
- Sí, debemos demostrarles que la Nabidad también es para nosotros -dijo Clara con firmeza.
Decidieron salir a hablar con los adultos y explicarles su plan.
- Disculpen, señores -dijo Natalia cuando se acercaron. - Estamos organizando una Nabidad especial. Queremos que todos participen, incluidos ustedes. -
- ¿Y cómo piensan hacerlo? -preguntó un señor con ceño fruncido.
- Haremos un concurso de decoraciones, una obra de teatro y hasta una búsqueda del tesoro para los más chicos. Queremos que todos sientan la alegría de la Nabidad.
Los adultos se miraron entre sí, sorprendidos por el entusiasmo de los niños. Finalmente, la señora Rosa, que siempre se encargaba de la organización del evento, dijo:
- Si ustedes están dispuestos a trabajar, yo puedo ayudarlos.
- ¡Sí! -gritaron los tres al unísono.
Con la ayuda de los adultos, la plaza se llenó de luces, colores y risas. Los niños decoraron un enorme árbol con lo que habían encontrado, mientras que los adultos se encargaban de la música y la comida.
Esa noche, Viento Norte se llenó de magia. La gente se reunió en la plaza, donde había un ambiente festivo. Los niños presentaron su obra, que hablaba sobre la importancia de compartir y ayudar a los demás.
- ¡Esto es increíble! -dijo el señor que había fruncido el ceño antes. - Nunca pensé que harían algo tan hermoso.
- La Nabidad no se trata solo de dar, sino de unir a la comunidad -respondió Natalia, observando a todos disfrutar.
Así, con cada risa y cada abrazo, la Nabidad se convirtió en un símbolo de unidad y amor. Los niños habían dejado una huella imborrable en el corazón de todos.
- ¡Me encanta la Nabidad! -exclamó Clara entusiasmada.
- Todos juntos podemos hacer grandes cosas -dijo Nadalita, recordando cómo había empezado todo con una simple idea.
La noche terminó con un espectáculo de luces y una sorpresa: un grupo de bailarines apareció para alegrar la fiesta. Todos aplaudieron mientras sus corazones se llenaban de alegría.
Desde ese día, la Nabidad de Natalia se convirtió en una hermosa tradición en Viento Norte, recordando a todos que, cuando se trabaja en equipo y se usa la imaginación, la magia puede suceder.
Y así, cada año, con la llegada de la Nabidad, Natalia y sus amigos se encargaban de que la plaza brillara más que nunca, demostrando que, a veces, las mejores ideas vienen del corazón y de un grupo de niños dispuestos a soñar.
Y colorín colorado, esta Nabidad ha comenzado.
FIN.