La Naranja Mágica



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un naranjo que crecía en el patio de la escuela. Este naranjo era especial, ya que sus naranjas tenían un brillo peculiar. Todos los chicos del vecindario solían acercarse a verlo, pero solo uno, un niño llamado Tomás, se aventuraba a acercarse y tocar sus ramas.

Un día, mientras acariciaba una de las naranjas, escuchó una voz suave que decía:

- ¡Hola, Tomás!

Tomás, sorprendido, preguntó:

- ¿Quién habla?

- Soy la Naranja Mágica - respondió con alegría la naranja. - He visto cómo te preocupás por tus amigos y por el medio ambiente. Quiero ayudarte en algo.

Tomás se quedó boquiabierto.

- ¡No puedo creerlo! ¿Qué tipo de ayuda podés darme?

- Te daré tres deseos que podrás usar para mejorar tu escuela y hacerla un lugar mejor para todos - contestó la Naranja Mágica.

Tomás, emocionado, pensó en lo que más necesitaban sus compañeros. Al día siguiente, en el recreo, decidió convocar a todos.

- ¡Chicos! ¡Necesito que me ayuden con algo muy importante! - dijo con entusiasmo.

- ¿Qué pasó, Tomás? - preguntó su amiga Sofía.

- Este naranjo me ofreció tres deseos. Quiero que pensemos juntos en cómo podemos usarlos.

Los niños se sentaron en círculo y empezaron a discutir. Sofía propuso:

- Podríamos pedir una biblioteca llena de libros.

- ¡Sí! A mí me encantaría leer más sobre animales y magia - afirmó Juan, otro de sus amigos.

- Y podríamos hacer un huerto para aprender sobre plantas - añadió Martín.

- ¡Eso sería genial! Y también podríamos pedir un patio de juegos - sugirió Ana.

Tras mucho deliberar, Tomás tomó una decisión:

- Usaremos el primer deseo para una biblioteca. Aprender es lo más importante.

Tomás se acercó al naranjo y, cerrando los ojos, exclamó:

- ¡Deseo una biblioteca en nuestra escuela!

La Naranja Mágica brilló intensamente y, en un abrir y cerrar de ojos, apareció una maravillosa biblioteca llena de libros de todos los colores y tamaños.

Los compañeros de Tomás no podían contener su alegría. Aquella tarde pasaron horas en la nueva biblioteca, pero Tomás recordaba que aún quedaban dos deseos.

Al día siguiente, se reunieron de nuevo. Esta vez, Martín dijo:

- Ya tenemos la biblioteca, ¡ahora hagamos un huerto!

Tomás asintió y repitió el proceso:

- ¡Deseo un huerto en la escuela!

Otra vez, la Naranja Mágica brilló y, entre risas y aplausos, un hermoso huerto floreció, lleno de verduras y flores de todos los colores. Los chicos aprendieron a cuidar de las plantas y a comer saludablemente.

Sin embargo, cuando fue el momento de pedir el tercer deseo, hubo una nube de preocupación.

- ¿Qué tenemos que pedir ahora? - se preguntó Sofía.

- Me encantaría tener un lugar de juegos, pero no sé si eso es lo más importante - dijo Ana.

- Lo que realmente necesitamos es unirnos aún más como amigos - reflexionó Tomás. - Quizás podríamos pedir un lugar donde todos podamos jugar juntos.

Todos estuvieron de acuerdo y Tomás, lleno de determinación, se acercó a la Naranja Mágica una vez más:

- ¡Deseo un patio de juegos donde todos podamos divertirnos juntos!

La Naranja, hablando con su voz melodiosa, dijo:

- ¡Hecho! Un patio de juegos que creará lazos de amistad entre todos ustedes.

Y así fue como, un día más tarde, el patio de juegos más bonito apareció en la escuela, lleno de columpios, resbaladizas y un enorme laberinto de espuma.

Risas y alegría llenaron el aire, mientras los chicos jugaban y se divertían juntos. La Naranja Mágica observaba desde su rama, satisfecha.

Pasaron los días y Tomás siempre recordaba a su amiga Naranja. Un día, decidió escribirle una carta.

- Querida Naranja Mágica, gracias por ayudarnos a ser una mejor comunidad. A veces olvidamos la importancia de cuidar nuestro ambiente y jugar juntos. Gracias a vos, aprendimos que la amistad y el trabajo en equipo son lo más valioso.

La Naranja Mágica respondió con una chispa en su brillo:

- Siempre estaré con ustedes, cuando trabajen juntos, cuando rían y compartan. La magia está en su unión y en el amor por aprender.

Desde entonces, los chicos del pueblo no solo aprendieron a cuidar la escuela, sino también a cuidar el mundo que los rodeaba. La amistad y la magia que ofrecía la Naranja se esparció por todo el vecindario, creando un lugar donde todos se sentían bienvenidos. Y así, siempre recordaron que la verdadera magia no solo viene de las naranjas, sino de la unión y la amistad.

La historia de Tomás y la Naranja Mágica se convirtió en una leyenda que se contaba a las nuevas generaciones, recordándoles que todo es posible cuando se trabaja juntos.

FIN.

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