La naranja mágica de la amistad



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, había dos amigos inseparables, Martín y Belén. Ambos compartían muchas cosas, juguetes, secretos y también, claro, ¡una gran pasión por las naranjas! Cada vez que llegaba la temporada de naranjas, corrían al huerto de Don Felipe, el anciano del barrio, para recoger las más lindas y jugosas.

Un día, mientras buscaban las naranjas más grandes, encontraron una que brillaba de una manera especial. Era una naranja dorada, tan hermosa que parecía mágica.

"¡Mirá esta naranja, Belén! ¡Nunca vi una tan bonita!" - exclamó Martín.

"Sí, pero ¿qué haremos con ella?" - preguntó Belén.

Ambos comenzaron a pensar en las posibilidades. Martín quería hacer un gran jugo y compartirlo con todos los amigos del barrio, mientras que Belén pensaba que sería linda como decoración en su casa.

"¡Podríamos hacer un jugo enorme! Entonces todos podrían disfrutarla conmigo!" - sugirió Martín emocionado.

"Pero también sería hermosa en una mesa, ¡podría ser la reina de las naranjas!" - respondió Belén, un poco contrariada.

La conversación se tornó tensa cuando ambos defendieron sus ideas. La discusión fue creciendo y, de pronto, la naranja dorada se convirtió en el motivo de su pelea.

"¡Si no haces el jugo, yo no te la voy a dar!" - gritó Martín, alzando la naranjita.

"¡Y si no la pones en mi casa, no la tocaré nunca más!" - replicó Belén, cruzando los brazos.

Decidieron dejar la naranja a un lado y se separaron enojados, cada uno en dirección opuesta. Aquel día, la alegría del pueblo se transformó en tristeza por su pelea. El tiempo pasó, y ambos extrañaron su amistad.

Una tarde, mientras Martín estaba sentado en su casa, decidió mirar por la ventana. Vio a Belén mirando hacia su dirección, con una expresión de añoranza. Al instante, se dio cuenta de que lo que realmente extrañaba no era solo la naranja, sino a su mejor amiga.

"Quizás deberíamos hablar…" - pensó Martín, y salió corriendo hacia la casa de Belén.

Cuando llegó, la vio sentada en el jardín, con la cabeza baja. Martín se acercó y con un susurro dijo:

"Hola, Belén. ¿Podemos hablar?"

Belén levantó la mirada y sonrió un poco, pero aún estaba con el corazón pesado.

"Hola, Martín. Sí, creo que necesitamos hablar."

Los dos se sentaron en el banco del jardín. Martín rompió el hielo.

"Lamento haberme enojado por la naranja. En realidad, lo que más quería era compartirla con vos y con los demás también."

Belén asintió.

"Yo también siento lo mismo. No era solo la naranja, era nuestra amistad lo que estaba en juego."

Ambos se miraron y supieron que habían cometido un error al dejar que un simple objeto los separara. Así que decidieron hacer algo especial.

"Oye, ¿y si hacemos algo con la naranja juntos?" - propuso Martín.

"¡Sí! Podemos hacer un jugo para todos, pero también la podemos poner en la mesa como centro de mesa. Así estará en todos lados!" - sugirió Belén, recuperando su sonrisa.

De inmediato, fueron por la naranja dorada. La prepararon con cuidado y la llenaron de alegría, risas y, por supuesto, mucho jugo. Jugaron a exprimir la naranja y a hacer bromas, mientras que los demás amigos comenzaron a llegar, atraídos por los ricos olores.

Cuando todos se sentaron a disfrutar, la naranja dorada fue presentada como la mejor pieza de la fiesta.

"¡Gracias a la naranja, volvió la alegría!" - dijo una amiga.

Desde ese día, Martín y Belén nunca permitieron que un objeto los separara. Aprendieron que lo más importante no eran las cosas materiales, sino la amistad y la capacidad de resolver conflictos a través de la comunicación.

Y así, cada vez que pasaba la temporada de naranjas, celebraban una gran fiesta en el jardín de Belén, donde la naranja dorada siempre encontraba un lugar especial en medio de todas las risas y comparticiones, recordando a todos que la verdadera magia está en la amistad.

FIN.

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