La Nave de Roberto y las Dos Gemelas Perdidas



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Cielo Azul, un niño llamado Roberto que soñaba con ser astronauta. Pasaba horas en su patio trasero, construyendo una nave espacial con materiales reciclados y un montón de imaginación. Roberto había hecho un gran trabajo; su nave era colorida, llena de luces y hasta tenía un par de alas hechas de cartón.

Un día, mientras ajustaba un par de tornillos en su nave, algo inesperado sucedió. Dos gemelas, Ana y Belén, que vivían en el barrio, aparecieron corriendo detrás de una pelota que se les había escapado. La pelota rodó bajo la nave de Roberto y las gemelas se detuvieron, mirando al niño con curiosidad.

"¿Qué es esto, Roberto?" - preguntó Ana, con los ojos brillando de emoción.

"Es mi nave espacial. ¿Quieren ayudarme a terminarla?" - respondió Roberto, con una sonrisa.

Las gemelas asintieron y se unieron a él. Juntos, pintaron la nave, le añadieron luces intermitentes y hasta decoraron los asientos con almohadones. Una vez terminada, decidieron hacer un vuelo simulando un viaje a la luna.

"Listos para despegar en 3, 2, 1... ¡Despegamos!" - gritó Roberto, imitando el sonido del cohete.

Sin embargo, mientras jugaban, Ana notó que una de las ventanas de la nave estaba abierta.

"¡Cuidado! ¡El viento se lleva nuestras cosas!" - exclamó Belén esta vez.

Y, efectivamente, el viento comenzó a soplar con fuerza, llevando las pequeñas herramientas que habían usado para construir la nave. Las gemelas miraron a Roberto, preocupadas.

"¡Debemos atraparlas!" - dijo Roberto, decidido.

Las tres se lanzaron en la dirección del viento, corriendo y riendo. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que se habían alejado demasiado de su casa. La pelota de las gemelas se había quedado atrás y no habían encontrado las herramientas.

"¿Dónde estamos?" - preguntas Ana, mirando a su alrededor confundida.

"No lo sé..." - respondió Roberto, un poco asustado.

"¡Lo que necesitamos es un plan!" - propuso Belén, que siempre había sido la más organizada de las tres.

"Podemos seguir el viento, él nos llevará a donde volaron las cosas, ¿verdad?" - sugirió Roberto, tratando de ser optimista.

Juntos, se pusieron a caminar, mientras el viento seguía soplando y llevando su voz. Después de un rato, llegaron a un claro en el bosque. Allí encontraron un árbol grande y decidió que deberían descansar un poco.

"Miren, hay unas flores hermosas aquí, ¡podemos usarlas de brújula!" - dijo Ana, señalando las diferentes flores que crecían alrededor.

"¡Buena idea!" - exclamó Roberto. Las gemelas comenzaron a recolectar flores de diferentes colores y tamaños. Usaron las flores como un mapa para marcar el camino de regreso a su nave.

Luego de un rato, se dieron cuenta de que estaban perdidos, pero no desanimadas. Usaron las flores como guía, recordar los colores y el camino que dejaron atrás. Mientras caminaban, comenzaron a hablar sobre sus sueños y aventuras.

"Yo quiero ser diseñadora de naves espaciales" – dijo Ana.

"Y yo, quiero ser exploradora y descubrir nuevos planetas" – agregó Belén.

Roberto sonrió.

"Yo también tengo un sueño; quiero llevarlos conmigo a las estrellas. ¡Lo lograremos juntos!"

Finalmente, tras mucho caminar y con la ayuda de las flores, llegaron de nuevo al patio de Roberto. La nave seguía allí, esperando. Estaban cansados, pero muy felices de haber vivido una nueva aventura.

"¡Lo logramos!" - gritó Belén, saltando de felicidad.

"Sí, y hemos aprendido que aunque podamos perdernos, siempre podemos encontrar el camino de vuelta si trabajamos juntos y seguimos nuestros sueños!" - añadió Roberto con una gran sonrisa.

Desde entonces, cada vez que miraban las flores, recordaban su pequeña aventura. Y así, Roberto y las gemelas decidieron que la construcción de su nave espacial era solo el comienzo de muchas más aventuras por venir.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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