La Nave Espacial de los Caballos
Había una vez, en un frondoso bosque lleno de árboles altos y flores de mil colores, un grupo de caballos que soñaban con volar. Estos caballos no eran comunes; tenían una chispa en los ojos que brillaba con deseos de aventura. Entre ellos estaba Lía, una yegua con una hermosa melena dorada, que siempre decía:
"¡Quiero ver el mundo desde las nubes!"
Sus amigos, Tor, el caballo más fuerte, y Pía, la más pequeña y rápida, también estaban de acuerdo. Todos los días jugaban a imaginar que volaban por el cielo montados en nubes de algodón.
Un día, mientras exploraban una parte del bosque que nunca antes habían visto, se encontraron con un mono que estaba colgado de una rama.
"¡Hola!" dijo el mono, que se llamaba Tico.
"¿Qué hacen ustedes aquí, queridos caballos?"
"Estamos soñando con volar como los pájaros. ¿No te parece increíble?" respondió Lía.
"¡Yo les puedo ayudar!" dijo Tico emocionado.
Los caballos miraron al mono, sorprendidos.
"¿Ayudarnos? ¿Cómo?" preguntó Pía.
"He visto una nave espacial escondida cerca del río. Con ella, podrían volar más alto de lo que jamás imaginaron".
Los caballos no podían contener su emoción.
"¡Vamos a buscarla!" gritaron al unísono.
Tico los guió por el bosque, saltando de rama en rama, mientras los caballos trotaron detrás de él. Después de un rato, llegaron a un claro donde, efectivamente, había una pequeña nave espacial, cubierta de hojas y flores.
"¡Increíble!" exclamó Lía.
"¿Está operativa?" preguntó Tor.
"¡Vamos a intentarlo!" dijo Tico, mientras abría la puerta.
Dentro había un panel con luces de colores y botones brillantes.
"¿Cómo hacemos para volar?" preguntó Pía, nerviosa.
"Creo que hay que pulsar estos botones" dijo Tico, señalando un par de botones azules.
Los caballos miraron a Tico, algo indecisos.
"¿Estamos seguros de esto?" preguntó Tor.
"Siempre hemos querido volar. ¡No podemos desaprovechar esta oportunidad!" dijo Lía con determinación.
Así que, con un poco de miedo pero mucho entusiasmo, Tico inició el conteo.
"¡Tres, dos, uno, a volar!"
Pulsó los botones y la nave comenzó a vibrar. De repente, ¡zas! Se elevó hacia el cielo, dejando el bosque lejos detrás. Los caballos gritaban de alegría mientras se asomaban por las ventanas.
Pero de repente, un giro inesperado ocurrió.
"¡Rápido, hay que estabilizarla!" gritó Tico al notar que la nave comenzaba a tambalearse.
"¡Yo voy a intentar dirigirla!" anunció Lía, recordando la vez que había jugado a ser capitana en el arroyo.
Con un gran esfuerzo, hizo lo posible por controlar la nave.
"¡Tómate una respiración profunda, se puede!" le dijo Tor, dándole ánimo.
"¡Eso es!" agregó Pía, apoyándola con un balido de aliento.
Luego de varias maniobras e intentos, Lía finalmente logró estabilizar la nave y los caballos comenzaron a disfrutar del maravilloso panorama.
"¡Miren! ¡El bosque se ve hermoso desde aquí!" dijo Pía.
La nave surcó los cielos, y Tico condujo a los caballos a través de nubes suaves y doradas. Juntos, exploraron montañas y ríos que jamás habían visto. Pero lo más emocionante fue cuando llegaron a un lugar donde el sol brillaba y el aire olía a frescura. Allí había otro grupo de criaturas voladoras que también soñaban con viajar.
"¿Pueden enseñarnos a volar?" preguntaron los caballos emocionados.
"¡Claro! Pero primero deben ayudarnos a construir una nueva nave como la suya".
Sin dudarlo, los caballos se pusieron manos a la obra, compartieron ideas y, con la ayuda de sus nuevos amigos visitantes, construyeron una magnífica nave que podía llevar a todos. Si bien era divertido volar, habían aprendido que cuando trabajaban juntos y se ayudaban entre sí, podían lograr cosas aún más grandes.
Finalmente, después de un inolvidable viaje, los caballos decidieron regresar a su bosque.
"Gracias por esta aventura, Tico. Nunca lo hubiéramos logrado sin vos".
"¡Y gracias a ustedes por dejarme volar!" respondió el mono.
Al llegar, los caballos se dieron cuenta que aunque habían visto cosas increíbles, también extrañaban su hogar, el bosque donde todo había comenzado. Y así, aprendieron que lo más valioso no es llegar lejos, sino disfrutar con amigos del viaje, sin importar a dónde los lleve.
Desde ese día, Lía, Tor, Pía y Tico siguieron explorando su hermoso bosque, siempre buscando nuevas aventuras, pero sabiendo que la verdadera magia estaba en la amistad y la colaboración.
Y así, con sus corazones llenos de alegría y muchas historias por contar, los caballos y Tico continuaron compartiendo su amor por la aventura, descubriendo que siempre hay más por aprender en el camino.
FIN.