La Navidad de la gran nevada



Era la mañana de Navidad en el pequeño pueblo de Nieveblanca. Los copos de nieve caían del cielo como si fueran estrellas que se deslizaban suavemente. Todos los niños del pueblo esperaban ansiosos abrir sus regalos, pero esta Navidad iba a ser muy especial. No todos sabían lo que sucedería más tarde.

Mientras la nieve seguía cubriendo todo de un manto blanco, los amigos Lucas, Sofía y Tomás se juntaron en la plaza.

"¡Miren! Este año hay más nieve que nunca!" - dijo Lucas emocionado, mientras intentaba hacer el muñeco de nieve más grande que había visto.

"¡Sí! Vamos a hacer una guerra de nieve después de abrir los regalos" - agregó Sofía, con una sonrisa traviesa, mientras hacía bolitas de nieve en sus manos.

"No podemos olvidarnos del árbol de Navidad. ¡Vamos a decorarlo después!" - dijo Tomás, con la mirada llena de alegría.

Los niños terminaron de construir su enorme muñeco de nieve y lograron darle nombre: "Don Nieve". Estaban tan contentos que decidieron ir corriendo a casa para abrir sus regalos. Pero cuando llegaron, se dieron cuenta de que había un problema.

En el camino, nevó tanto que muchos de los adultos del pueblo no podían salir de sus casas y se estaban quedando sin provisiones. Lucas, Sofía y Tomás se miraron con preocupación.

"No podemos dejar que se queden sin comida en Navidad" - dijo Sofía, frunciendo el ceño.

"Tienen razón. Tenemos que hacer algo" - respondió Tomás, decidido.

"¿Y si llevamos nuestras galletas de jengibre y un poco de chocolate caliente? Así les alegramos el día" - sugirió Lucas, iluminándose.

Los tres amigos se pusieron a trabajar de inmediato. A pesar del frío, su emoción los mantenía calientes. Prepararon una bolsa con galletas de jengibre, llenaron un termo de chocolate caliente y, abrigados con sus bufandas y gorros, salieron hacia las casas de sus vecinos.

Mientras caminaban, tuvieron que atravesar la nieve profunda y enfrentar fuertes ráfagas de viento, pero nada los detuvo. En cada casa a la que llegaban, los adultos se sorprendían al ver a los niños con su cargamento de comida.

"¡Gracias, chicos! No saben cuánto lo necesitamos" - dijo la señora Marta, una de las abuelas del pueblo, mientras recibía la bolsa con las galletas.

Los niños no solo entregaron galletas, sino que también se quedaron un rato a hablar con cada familia. Contaron historias sobre Don Nieve y compartieron la alegría que les daba la Navidad. Con cada visita, el espíritu navideño crecía más y más.

Cuando regresaron a la plaza, estaban cansados pero felices. Sofía miró el hermoso muñeco de nieve que habían creado.

"¿Saben? Creo que esta ha sido la mejor Navidad de todas. No solo por los regalos, sino porque pudimos ayudar a los demás" - dijo emocionada.

"Sí, y además, ahora podemos decorar juntos el árbol" - agregó Lucas, con una gran sonrisa.

Con el sol empezando a brillar entre las nubes, los niños corrieron hacia el árbol de Navidad en la plaza. Armados con adornos hechos a mano y cintas de colores, decoraron el árbol con gran entusiasmo.

Esa noche, Nieveblanca brillaba más que nunca. El pueblo había aprendido que el verdadero espíritu de la Navidad no era solo recibir, sino también dar. Y así, entre risas y abrazos, celebraron una Navidad inolvidable, donde lo más precioso era la compañía, la solidaridad y el amor compartido.

Terminada la jornada, Lucas, Sofía y Tomás se sentaron frente al árbol.

"¿Y si hacemos esto una tradición?" - propuso Tomás.

"¡Sí! Cada año, además de los regalos, ayudamos a quienes lo necesiten. ¡Eso sería genial!" - respondió Sofía emocionada.

"Entonces, que así sea. ¡Feliz Navidad a todos!" - gritaron al unísono mientras miraban al cielo, esperando nuevos copos de nieve que cayeran como estrellas en su pequeña ciudad.

Y así, cada Navidad en Nieveblanca se llenó de sonrisas, amor y solidaridad, dejando huellas en el corazón de cada niño y adulto del pueblo.

FIN.

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