La Navidad de las Ratas Aventureras
Era una tarde calurosa de diciembre y las seis ratas, Julieta, Paloma, Melina, Lourdes, Agustín y Bautista, estaban reunidas en su escondite secreto: un viejo armario en la casa de los humanos.
- Este año, ¡quiero que pasemos la Navidad todos juntos! - dijo Julieta con entusiasmo.
- Pero siempre se quedan afuera Lourdes y Bautista. Sus padres nunca los dejan venir. - comentó Melina, desanimada.
- ¡No puede ser! - exclamó Paloma, la rata mayor. - Este año debe ser diferente, tenemos que encontrar la forma de conseguirlo.
Bautista, que escuchaba desde un rincón, levantó la mano.
- ¿Y si hacemos nuestra propia celebración? - propuso con su voz tímida.
Lourdes, que lo miraba con ojos brillantes, dijo:
- Eso sería genial, Bauti. Pero necesitamos un lugar especial donde celebrar.
Todos los ojos se dirigieron hacia Agustín, el más ingenioso del grupo.
- Yo conozco un lugar perfecto: el desván de la casa. Nadie va allí porque está lleno de polvo. ¡Podemos decorarlo! - sugirió Agustín con una sonrisa.
- ¡Sí! - gritaron todos emocionados al unísono.
Y así comenzaron los preparativos. Pasaron días recolectando pequeños adornos que encontraban por la casa.
Las viejas cintas de una caja, unas bolitas de colores que habían caído del árbol de los humanos, e incluso una pequeña luz que había quedado olvidada.
Una noche, mientras preparaban todo, Lourdes miró a sus amigos y dijo:
- Es triste que nuestros padres no entiendan que necesitamos estar juntos, ¿no?
- A veces, los adultos se preocupan demasiado. Pero nosotros podemos demostrarles que juntos somos más felices - respondió Melina.
Ya en la víspera de Navidad, el desván se llenó de risas y juegos mientras decoraban. Todos estaban contentos, aun con el polvo que se les metía por los narices.
- ¡Miren cómo brilla nuestra luz! - exclamó Agustín, iluminando el rincón con su pequeño destello.
La noche llegó, y con ella, el aroma de las delicias que las ratas prepararon: quesitos, migas de pan y un poco de dulce de frutilla. Todo estaba listo para la gran celebración.
Pero en medio de la fiesta, escucharon el crujir de una puerta.
- ¡Rápido, escondámonos! - gritó Paloma, y todos se apresuraron a ocultarse detrás de unas cajas.
Entró un humano, una chica llamada Clara, que iluminó todo con su sonrisa.
- ¿Qué es esto? - se preguntó al ver el desorden y los adornos.
Cuando Clara se acercó a la luz, vio las ratas escondidas.
- ¡Oh! ¡Ratas! ¡No! - gritó sorprendida. Pero en lugar de asustarse, empezó a reír.
- Miren, están celebrando Navidad. - dijo Clara, admirando la festiva decoración.
- ¿Por qué no se quedan y celebramos juntos? - les propuso.
Las ratas no podían creerlo. Se asomaron lentamente y, tras unas miradas de complicidad, decidieron salir.
- Si nos dejas, podemos compartir nuestra fiesta, ¡hay comida para todos! - propuso Julieta, con una chispa de valentía.
Clara sonrió y se sentó en el suelo.
- Me encantaría, pero primero, debo avisar a mis padres que hay ratas en casa. No se asustarán, prometo. -
Los ojos de Lourdes y Bautista brillaron.
- ¡Vamos, que se enteren! - dijeron entre risas, sintiendo que tenían una oportunidad.
Cuando los padres de Clara llegaron, se sorprendieron al ver a las ratas. Pero Clara les explicó lo que pasaba y, al final, todos se quedaron a celebrar juntos.
Y así, las seis ratas aprendieron que, a veces, la aventura y la unidad pueden surgir incluso en los momentos más inesperados. La Navidad se convirtió en un día especial para todos, y los padres de las ratas aprendieron que es mejor compartir y junto a los seres queridos.
Esa noche no solo celebraron la Navidad, sino también la amistad y la importancia de estar juntos.
FIN.