La Navidad de Lia



Lia era una niña de siete años, llena de alegría y energía. Cada diciembre, cuando las luces empezaban a brillar en las casas y el olor a galletitas recién horneadas se esparcía por el aire, su corazón se llenaba de emoción. La Navidad era su época favorita del año, un momento mágico que pasaba rodeada de su familia.

Un día, mientras decoraban el árbol de Navidad, Lia dijo: "¡Mamá, quiero hacer algo especial para esta Navidad!"- Su madre, con una sonrisa, le preguntó: "¿Qué tenés en mente, Lia?"-

"Me gustaría hacer un regalo para cada uno de mis amigos del colegio, algo que ellos puedan disfrutar."

"Eso suena maravilloso, Lia -dijo su mamá-. ¿Tenés ideas sobre qué hacer?"-

Lia pensó un momento y respondió: "Podríamos hacer tarjetas navideñas y luego hornear galletitas para cada uno. Como un regalo lleno de amor."

Decidida, Lia fue a buscar materiales: cartulinas de colores, marcadores, brillantina y, por supuesto, sus moldes de galletitas. No podía esperar a empezar. Pasaron los días y Lia y su familia trabajaron juntas en las tarjetas que cada uno podía personalizar con mensajes de amistad.

El día de la entrega, Lia, con su madre a su lado, llevó las galletitas y las tarjetas a su colegio. Al llegar, se sintió un poco nerviosa. Pero cuando sus compañeros comenzaron a recibir sus regalos, todo cambió. Las sonrisas y abrazos de agradecimiento llenaron el aula.

Uno de sus amigos, Lucas, le dijo: "¡Qué rico las galletitas, Lia! Gracias por acordarte de nosotros."

"Me alegra que les guste -respondió Lia, llena de felicidad-. Para mí, ustedes son como una familia para mí en el cole."

Luego de un rato de compartir y reír, algo inesperado sucedió. La maestra entró en el aula y, al ver la alegría de los chicos, sonrió. "Chicos, esto es lo que más me gusta de la Navidad: compartir momentos especiales. ¿Quieres que pasemos un tiempo más juntos?"-

Los niños comenzaron a planear una celebración para toda la escuela. Lia, contagiada por la emoción, propuso: "Podríamos hacer una tarde de juegos navideños y cada uno trae un juguete que ya no use, para donar a los que más lo necesitan. Podríamos reunir muchas cosas."

La maestra, impresionada por la idea, exclamó: "¡Eso es una maravillosa iniciativa, Lia! Así podemos aportar un poco de alegría a otros."

Los días siguientes la escuela se llenó de risas, juegos y el espíritu navideño. Lia no solo disfrutó de su Navidad rodeada de familia y amigos, sino que también aprendió el valor de dar y compartir con quienes menos tienen. Después de la recolección de juguetes, el grupo organizó una visita a un hogar de niños, llevando sonrisas y regalos.

El día de la visita, Lia miraba a los ojos de los pequeños que recibían los juguetes y le pareció que su corazón se expandía. ¿Y si esas sonrisas eran aún más valiosas que las que recibía en su propia casa? Cuando regresó a su hogar, convencida de lo hermoso que había sido ayudar, dijo: "Mamá, este año decidí que la Navidad no sólo se trata de recibir, sino también de dar amor a los demás."

Su madre, conmovida, la abrazó y respondió: "Tienes razón, Lia. La verdadera magia de la Navidad está en compartir y ver la felicidad de los demás. Bravo por tu gran corazón."

Desde aquel año, Lia siempre buscó la forma de ayudar a otros en Navidad. Se volvió una cálida tradición que llenaba no solo su casa, sino también su vida de alegría y propósito.

Así, Lia comprendió que el amor verdadero se multiplica cuando se reparte, y la Navidad se convirtió en un tiempo de unión, amistad y solidaridad para todos a su alrededor. Dándole un nuevo sentido a su época favorita, a la que, sin dudas, esperaría cada diciembre con una sonrisa aún más grande.

FIN.

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