La Navidad de los Hermanos Valdez
En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivían tres hermanos: Tomi, de dos años; Luli, de cuatro; y Joaquín, de seis. Eran huérfanos de padre y su mamá, Mariana, trabajaba incansablemente para sacarlos adelante. La Navidad se acercaba y la familia soñaba con un panettone, ese dulce que los llenaba de alegría y que, por tradición, adornaba su mesa en la nochebuena.
Mariana se sentaba pensativa en la mesa, mirando a sus hijos que jugaban.
"¿Qué sucede, mamá?" - preguntó Joaquín, con su curiosidad infantil.
"Nada, cariño, solo estoy pensando en lo que tendremos para Navidad" - respondió ella sonriendo, aunque su corazón estaba un poco apesadumbrado.
"¿Vamos a tener panettone?" - preguntó Luli, iluminando su rostro.
"Me encantaría, pero tengo que trabajar mucho para que pueda comprarlo" - dijo Mariana con esperanza.
Los días pasaron y Mariana comenzó a trabajar en varios lugares. Ayudaba a doña Rosa en su tienda, cuidaba de los animales del campo de don Pedro y también hacía tortas para la fiesta de la plaza.
"¡Mamá, mamá!" - gritaron los hermanos al verla llegar.
"¡Hoy traigo buenas noticias!" - exclamó Mariana con una sonrisa. "He ganado un poco más de dinero y quizás podamos comprar un panettone."
"¡Qué bueno, mamita!" - celebró Luli, saltando de alegría.
Pero a medida que se acercaba la Navidad, las cosas no eran tan fáciles. Una tormenta sorprendió al pueblo y dañó la tienda de doña Rosa, lo que hizo que Mariana tuviera que ayudarla a reparar los daños. Sus horas de trabajo se redujeron y el dinero empezaba a escasear.
"No sé si podremos comprar el panettone, mis amores" - dijo Mariana con tristeza.
Los niños miraron al suelo, sintiendo la decepción de su madre. Pero Joaquín, que siempre había sido el más ingenioso, tuvo una idea.
"¿Y si hacemos algo para ganar dinero? Podemos vender dulces, como los que hace mamá" - propuso Joaquín con los ojos llenos de brillo.
"¡Sí!" - gritaron los dos pequeños al unísono.
Así que decidieron poner en práctica la idea. Con la ayuda de Mariana, cocinaron galletitas y tortas para vender en la plaza del pueblo. Ellos decoraban las galletas con glaseado de colores y hacían carteles llamativos.
El día de la venta fue un éxito. Todos en el pueblo querían probar las deliciosas galletitas y se acercaban a la mesita que los hermanos habían preparado.
"¡Son las mejores galletitas de la ciudad!" - gritaban los vecinos, mientras hacían fila.
"Gracias, señora!" - decía Luli con una sonrisa, entregando las galletas con orgullo.
Al final del día, habían recaudado suficiente dinero para comprar el panettone y, además, un poco más para alguna sorpresa. Todos regresaron a casa muy contentos y satisfechos con su esfuerzo.
"Miren lo que conseguimos, mamá" - dijo Joaquín, abriendo una pequeña caja con galletitas que les habían sobrado.
Mariana los abrazó con fuerza.
"Estoy muy orgullosa de ustedes. Este esfuerzo no solo nos dio dinero, sino que también nos enseñó el valor del trabajo en equipo y la perseverancia" - les dijo, mientras se les llenaban los ojos de lágrimas de felicidad.
La noche de Navidad, la mesa estaba adornada con el esperado panettone y, al lado, las galletitas que ellos habían hecho.
"¡Feliz Navidad!" - gritaron los hermanos, levantando sus copitas de jugo, y Mariana sonrió, sintiéndose más afortunada que nunca.
La familia Valdez había aprendido que lo importante no era solo el panettone, sino el amor y esfuerzo que habían compartido juntos.
FIN.