La Navidad de Sofía y Don Manuel
En un pequeño pueblo rodeado de un manto de nieve, Sofía, una niña de ocho años, esperaba ansiosa la llegada de la Navidad. Era diciembre de 1916 y cada rincón de la casa de Don Manuel, su abuelo, estaba decorado con luces y cintas de colores. Sofía adoraba las historias de su abuelo, quien siempre le contaba relatos de aventuras y de valor.
"Abuelo, ¿cuál será nuestra tradición este año?" preguntó Sofía con los ojos brillantes.
"Este año, querida, haremos algo muy especial. Vamos a preparar una sorpresa para los vecinos".
"¿Qué tipo de sorpresa?"
"¡Un regalo colectivo!"
Sofía se emocionó al escuchar esas palabras. Don Manuel le explicó que cada año, los habitantes del pueblo se ayudaban entre sí, y que esta Navidad, ellos se encargarían de recolectar alimento y juguetes para las familias que más lo necesitaban.
Ambos comenzaron a salir por el pueblo, tocando puertas y explicando su plan.
"¡Felices fiestas! Venimos a pedir un poco de ayuda para que esta Navidad sea una fiesta para todos", decía Don Manuel al abrir la puerta de cada vecino.
"¿Qué podemos aportar?" preguntaban algunos, mientras que otros solo sonreían, llenando siempre la caja que llevaban consigo.
Después de un par de días de trabajar juntos, la pequeña caja que llevaban se volvió un gran baúl rebosante de frutas, galletas y algunos juguetes antiguos que los vecinos estaban encantados de donar.
Un día, mientras organizaban todo en el salón de la casa de Don Manuel, Sofía encontró una carta muy vieja en la esquina de un estante. Un par de ojos curiosos se ardían de emoción.
"¿Qué es esto, abuelo?" preguntó mientras señalaba la carta con su dedito.
"Es una carta que escribí cuando era joven, durante la Primera Guerra Mundial. Había un gran revuelo y la gente necesitaba ayuda. Es la manera en que ayudé en esos tiempos".
La carta hablaba sobre la importancia de ayudar a los demás, especialmente durante las festividades. Sofía, inspirada por las palabras de su abuelo, decidió incluir un párrafo en su carta de Navidad para los vecinos.
"Abuelo, quiero que la gente sepa cuánto apreciamos su ayuda. Voy a escribirles una carta de agradecimiento", dijo Sofía, con determinación.
Y así fue como la niña, con la ayuda de Don Manuel, escribieron varias cartas para cada uno de los aportantes de la comunidad.
Finalmente, llegó la noche de Navidad. La nieve caía suave mientras la comunidad se reunía en la plaza central. Allí, habían preparado un gran árbol adornado con los alimentos y regalos recolectados.
"¡Qué lindo se ve todo, abuelo!" exclamó Sofía.
"Es el espíritu navideño, Sofía. Todos estamos aquí porque hemos unido fuerzas para hacer felices a otros".
La noche fue mágica. La gente compartía risas, cantos y abrazos. Con cada sonrisa, Sofía comprendía que la Navidad era más que recibir regalos; era dar y ser agradecidos.
Para terminar la velada, Don Manuel se colocó de pie y, con voz firme, comenzó a contar historias sobre las antiguas tradiciones del pueblo, y cómo siempre había un lugar para ayudar a los demás.
"Recuerden, queridos amigos, que cada pequeño acto de bondad se multiplica. La verdadera riqueza no está en lo que tenemos, sino en lo que compartimos".
Esa fue una Navidad que Sofía jamás olvidaría. No sólo por los regalos o la cena, sino por la unión de la comunidad y el valor de ayudar a los que lo necesitaban.
"Gracias por enseñarme, abuelo" le dijo Sofía al final de la noche.
"No, gracias a vos, Sofía. Hoy has demostrado que el verdadero espíritu navideño vive en tu corazón".
Y así, esa Navidad de 1916 quedó grabada como un cuento en la memoria de Sofía, que prometió hacer todo lo posible para que, cada año, los corazones se llenaran de amor y alegría en su pueblo, mientras recordaba la lección más importante: ayudar y compartir es el regalo más hermoso que podemos ofrecer.
FIN.