La Navidad de Tomi
Era un día de diciembre en el pequeño pueblo de Villaviva. Las luces brillaban en cada hogar, y el aire olía a galletitas de manteca y a pino fresco. Todos los niños esperaban con ansias la llegada de la Navidad, pero ninguno tanto como Tomi. Este niño de diez años tenía un único deseo en su corazón: recibir una montaña de regalos.
Sin embargo, había un problema: Tomi era un niño muy desobediente. No hacía caso a sus padres, se burlaba de sus amigos y se resbalaba de las reglas en la escuela.
"¡No importa!", se decía a sí mismo, mientras observaba cómo su madre decoraba el árbol. "Este año me van a traer los mejores regalos. ¡Voy a pedir hasta una bicicleta nueva!"
Un día, mientras jugaba en el parque, se encontró con un grupo de niños que disfrutaban de su tiempo juntos.
"¿Por qué no vienen a jugar a casa?", les preguntó Tomi.
"Porque no queremos jugar con alguien que no comparte sus juguetes", respondió Sofía, una de las niñas.
Tomi se sintió triste pero no hizo nada al respecto. A medida que se acercaba la Navidad, siguió soñando con sus regalos.
Esa noche, mientras todos en el pueblo se preparaban para la llegada de Papá Noel, Tomi se quedó despierto. Estaba convencido de que si se portaba bien en ese instante, tendría una gran sorpresa. De repente, escuchó un ruido en el jardín.
"Tal vez sea Papá Noel", pensó Tomi emocionado.
Salió corriendo al jardín y se encontró con un personaje que nunca había visto antes. Era un anciano con una larga barba blanca, pero no era Papá Noel.
"Hola, Tomi. Soy el Espíritu de la Navidad. He venido a hablarte sobre tus acciones", dijo el anciano con voz profunda.
"¿Quién eres y qué quieres?", preguntó Tomi, algo asustado.
"Vengo a mostrarte lo que sucede cuando no eres bueno con los demás. Acompáñame", y con un gesto de su mano, se desmaterializó.
Tomi lo siguió y de pronto se encontró en un mundo mágico donde podía ver los efectos de su desobediencia.
En una escena, vio a Sofía llorando porque no quería jugar sola.
"Ese es tu amigo, ¿no?", preguntó el anciano.
"Sí, pero nunca le presté mis juguetes", respondió Tomi con tristeza.
Poco después, se trasladaron a la escuela, donde Tomi vio a sus compañeros murmurar entre sí.
"No podemos confiar en Tomi. Siempre rompe las reglas", dijo uno de ellos.
Tomado por la culpa, Tomi se sintió vacío y arrepentido.
"¿Puedo hacer algo para cambiar esto?", preguntó.
"Tienes que aprender a ser un buen amigo y ser responsable", le respondió el Espíritu.
De repente, Tomi se encontró de nuevo en su cama, y el sol brillaba por la ventana. Era Nochebuena. Se levantó decidido a cambiar. Pensó en Sofía y en los demás niños.
"Voy a hacer las cosas bien", se prometió.
Corrió a la cocina donde su madre estaba preparando la cena.
"Mamá, ¿puedo ayudar?", preguntó con entusiasmo.
"Claro, Tomi. Es hermoso ver que quieres colaborar", le respondió su madre, sonriendo, y juntos cocinaron galletitas para compartir.
Después, tomó todos sus juguetes y los organizó para regalar algunos a los niños que no tenían. Cuando llegó la hora de la cena, invitó a sus amigos a pasar.
"¡Vengan a jugar!", gritó con alegría.
"¿De verdad nos invitas, Tomi?", preguntó Sofía, sorprendida.
"¡Sí! Quiero compartir lo que tengo con todos ustedes".
Así, la mesa se llenó de risas y sonrisas, y Tomi comprendió que la verdadera felicidad no venía de los regalos, sino de compartir y ser bueno con los demás.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, escuchó un suave ruido en su ventana.
"Tal vez sea Papá Noel esta vez", se dijo, llenándose de ilusión. Cuando miró, pudo ver una bonita bicicleta junto a su árbol de Navidad, pero lo que más le importaba era que esa Navidad había aprendido una lección muy valiosa.
Desde entonces, Tomi se convirtió en un niño más amable y generoso, y cada año esperaba la Navidad no solo por los regalos, sino por la alegría de compartir y hacer felices a los demás.
FIN.