La Navidad que Nunca Fue
Era un frío día de invierno en el Polo Norte. Todos los elfos se preparaban para una Navidad muy especial. Sin embargo, al amanecer, un silencio extraño envolvía el taller de Santa Claus.
- ¡Oh no! - exclamó Tiki, el elfo más travieso. - ¿Dónde está la Navidad? No hay luces, ni adornos, ¡ni siquiera el aroma de galletitas en el aire!
Los elfos comenzaron a buscar por todo el taller. Gigi, la elfa encargada de las cartas de los niños, revisó su escritorio y dijo:
- Esto no puede estar pasando... ¡las cartas están desaparecidas!
Los elfos, preocupados, se reunieron en la gran sala de producción. Santa, con su barba blanca un poco revuelta, trató de calmar a todos.
- Chicos, es muy extraño. Necesitamos resolver este misterio. Parece que alguien ha robado la Navidad.
- ¿Pero quién podría hacer algo así? - preguntó Lili, una elfa con un gorro de lana amarillo muy brillante.
- No lo sé, pero debemos averiguarlo. Vamos a investigar - dijo Santa decidido.
Entonces, decidieron formar un equipo. Tiki, Gigi, Lili y Santa se aventuraron hacia el Bosque de los Sueños, un lugar donde a veces ocurrían cosas misteriosas. Había leyendas de un personaje que, al sentirse olvidado, podía hacer desaparecer la alegría.
Al llegar al bosque, comenzaron a buscar pistas. De repente, escucharon un murmullo que provenía de detrás de un arroyo. Se acercaron y encontraron a un pequeño duende llamado Fito.
- ¿Qué haces aquí, Fito? - preguntó Tiki.
- No quería que nadie me viera... - dijo el duende cabizbajo. - Ya nadie se acuerda de mí. Todos piensan en Navidad, en Santa, en los elfos... pero nadie me llama.
- Pero si la Navidad no es solo de los elfos, también es de todos aquellos que hacen que suceda - le respondió Lili.
- Nadie me pide ayuda... - Fito se secó las lágrimas tomando un respiro.
Fue entonces que Gigi se le acercó y dijo:
- ¡Podemos hacer que te sientas parte de la Navidad de nuevo! Necesitamos tu ayuda para recuperar lo que hemos perdido. ¿Nos ayudarías?
Fito se sorprendió.
- ¿De verdad? ¡Me encantaría! Pero no sé si podré…
- Claro que podés, todos somos importantes en esta época. ¡Ven, ayudanos! - animó Santa, con una sonrisa amplia.
Unidos, Fito, Santa y los elfos comenzaron a buscar por todas partes, y Fito se dio cuenta de que era realmente bueno encontrando objetos perdidos. Juntos, fueron descubriendo galletitas desaparecidas, cartas olvidadas y adornos que estaban escondidos en el bosque. Fito se sentía cada vez más alegre mientras ayudaba a sus nuevos amigos.
Llegó la tarde y, al volver al taller, los elfos estaban llenos de alegría. ¡La Navidad estaba de vuelta! Todo el lugar brillaba con luces y el aroma del chocolate caliente comenzaba a invadir los pasillos.
- ¿Vieron? Todo se puede recuperar cuando todos nos unimos - dijo Santa, mirando a Fito con orgullo.
- Gracias por incluirme - dijo el duende, con una gran sonrisa. - Ahora sé que siempre soy parte de la Navidad, aunque no todos se acuerden de mí.
Y así, Fito se convirtió en parte del equipo de Santa y los elfos. Cada año, con su ayuda, la Navidad se celebraba con más alegría. Para Fito, lo más importante era que todos se dieron cuenta de que cada uno tiene su lugar en la magia de la Navidad. Y desde aquel invierno, jamás despareció una Navidad en el Polo Norte.
Todos aprendieron a recordar que la alegría no solo se trata de recibir, sino también de compartir y valorar a cada ser, sin importar cuán pequeño sea.
Y así, la historia del pequeño duende Fito se contó de generación en generación, cada invierno, recordando que la Navidad es una fiesta para todos.
FIN.