La Navidad que Nunca Fue
Era un frío día de invierno en el Polo Norte. Los copos de nieve caían suavemente, cubriendo todo con una manta blanca. Los elfos trabajaban en el taller de Santa Claus, preparando juguetes para todos los niños del mundo. Sin embargo, algo extraño estaba sucediendo.
- ¡Rápido, elfos! - gritó un elfo llamado Tico, que siempre estaba lleno de energía. - ¡Solo faltan tres días para Navidad y aún nos queda mucho por hacer!
Pero, mientras los elfos trabajaban, una sombra extraña se deslizó por la habitación. Agustín, el elfo más viejo, miró hacia la oscuridad y exclamó:
- ¡Espera! ¿Qué fue eso?
Los demás elfos se miraron con temor. De repente, comenzaron a caer pedacitos de luz mágica que flotaban en el aire. Dos de esos fragmentos fueron a dar sobre un juguete a medio hacer: un patinete.
- ¡No, no! - gritó Tico, mientras la luz mágica rozaba el patinete y lo desvanecía como si nunca hubiera existido.
- ¡Se están llevando la Navidad! - chilló Agustín.
Era cierto: cada vez que la extraña sombra pasaba por algún juguete, este desaparecía, como si nunca hubiera estado allí. Los elfos estaban desesperados.
Cuando Santa Claus llegó a su taller, se dio cuenta de que algo no estaba bien.
- ¿Qué les pasa, elfos? - preguntó preocupado.
- ¡Santa! - dijo Tico, temblando. - ¡La Navidad está desapareciendo!
- Debemos encontrar esa sombra y detenerla - dijo Santa Claus con determinación. - No habrá Navidad si seguimos así.
Los elfos se pusieron manos a la obra. Se organizaron en grupos y comenzaron a buscar por todas partes, hasta que encontraron el rastro de la sombra. Siguiendo el sendero, llegaron a un claro en el bosque donde encontraron un ser pequeño, que parecía perdido y triste. Tenía alas de murciélago y una expresión melancólica.
- ¿Quién sos? - preguntó Tico con curiosidad.
- Me llamo Violeta - respondió la sombra. - Soy una duende de los deseos. Venía a pedir un deseo, pero no sabía que mi tristeza podía quitarles su alegría.
Agustín, con su sabiduría, se acercó.
- Violeta, la Navidad no es solo sobre los regalos. Es un tiempo de alegría, de compartir, de estar con los seres queridos. ¡Nosotros queremos que puedas celebrar también!
Violeta miró el suelo, sintiéndose cada vez más pequeña.
- Pero... no tengo amigos y estoy sola en este mundo.
Los elfos se miraron y Tico tomó la iniciativa.
- ¡Nosotros podemos ser tus amigos! Sabemos que la Navidad es mejor cuando se comparte con los demás.
Violeta levantó la mirada, sorprendida.
- ¿De verdad?
- ¡Sí! - gritaron los elfos al unísono. - ¡Ven! ¡Te mostraremos cómo es la Navidad en el taller!
Así, la duende y los elfos regresaron al taller, donde juntos decoraron el árbol de Navidad y cantaron villancicos. Violeta, al principio nerviosa, empezó a sonreír y a disfrutar de la festividad.
Con cada risa y cada juguete que construían juntos, la luz mágica comenzó a regresar.
- ¡Miren! - gritó Tico. - ¡Los juguetes están volviendo!
La felicidad de Violeta llenó el taller y con cada deseo cumplido, el espíritu navideño creció más fuerte.
- Nunca pensé que podría sentirme así - dijo Violeta con una sonrisa genuina. - Gracias por abrirme su corazón.
Finalmente, llegó la noche de Navidad y el taller estaba lleno de juguetes listos para ser entregados.
- ¡Estamos listos! - exclamó Santa Claus, mientras subía al trineo lleno de alegría.
- ¿Podemos volver el año que viene? - preguntó Violeta, emocionada.
- ¡Claro que sí! - respondió Santa. - ¡La Navidad es para todos!
Así, en el Polo Norte, la Navidad había regresado más brillante que nunca. Los elfos aprendieron que a veces, solo necesitas compartir un poco de alegría para encontrar la verdadera felicidad. Y Violeta, quien había llegado como una sombra, ahora era parte de un grupo de amigos y se convirtió en una inseparable mencionada cada año con cariño.
Fin.
FIN.