La Navidad que Unió a la Familia Pérez



Era una fría mañana de diciembre en el barrio de Villa Esperanza. Los Pérez, una familia que vivía en una modesta casa, siempre se había caracterizado por sus constantes discusiones. El papá, Don Hugo, era un apasionado del fútbol; la mamá, Doña Clara, adoraba la música; mientras que los hijos, Lucas y Sofía, nunca se ponían de acuerdo sobre qué película ver en las noches de cine familiar.

Cada día, la cocina resonaba con:

"¡Yo quiero ver la película de aventuras!" —exclamaba Sofía, con sus ojos brillando de emoción.

"¡No, Sofía! ¡Las comedias son lo mejor!" —respondía Lucas, con su voz desafiante.

"El fútbol es lo único que vale, y díganme, ¿quién puede ver películas con tanto ruido?" —se quejaba Don Hugo, agitando los brazos, mientras Doña Clara intentaba poner algo de orden.

La Navidad se acercaba, y el día de la cena familiar estaba a la vuelta de la esquina. Mientras todos pensaban en la famosa cena, las discusiones comenzaron a intensificarse:

"Nosotros vamos a poner el árbol así, con todas las luces, ¡mucha alegría!" —dijo Doña Clara, emocionada.

"¡No! El árbol tiene que ser clásico, solo con algunas bolitas rojas, ¿verdad, Lucas?" —seguía Don Hugo, ignorando la brillantez del plan de su esposa.

"Siempre hacen lo que quieren, nunca me dejan decidir nada." —refunfuñó Sofía, cruzando los brazos.

Todo parecía indicar que otra vez la Navidad iba a ser un tormento. Sin embargo, esa tarde, una carta misteriosa llegó por correo. La encontraron en el buzón, y cuando la abrieron, se dieron cuenta de que estaba dirigida a ellos.

"Querida familia Pérez, he estado observando desde lejos y me he dado cuenta de lo mucho que discuten. Este año, los invito a participar de un juego muy especial que podría cambiar su forma de ver las cosas. Saludos, Papá Noel" —leían todos juntos, sorprendidos.

Intrigados, decidieron seguir las instrucciones de la carta. La primera tarea era conseguir ingredientes para galletitas de jengibre, pero cada uno debía ir a la tienda por su cuenta. El desafío era que tenían que trabajar juntos al final, pero cada uno debía encontrar algo especial.

Lucas, a su manera, se lanzó al mercado buscando el mejor chocolate. Sofía decidió buscar chispas de colores. Doña Clara fue a comprar la manteca que tanto le gustaba, y Don Hugo optó por encontrar la harina más fina que había en el local. Sorpresivamente, cada uno encontró algo diferente y especial que añadiría a la receta.

Cuando se reunieron de nuevo en casa, se dieron cuenta de que, por primera vez, estaban entusiasmados por lo que habían encontrado. Rieron, compartieron anécdotas sobre su paseo y poco a poco, las tensiones se disiparon. Juntos comenzaron a mezclar los ingredientes, y al final, el ambiente en la cocina cambió por completo. Ya no había gritos, solo risas y alegría.

"¿Y si decoramos las galletitas con los chicles de Sofía y el chocolate de Lucas?" —propuso Doña Clara con una gran sonrisa.

"Sí, eso suena genial!" —respondió Lucas, casi excluyendo cualquier crítica sobre los chicles.

"¡Y yo voy a hacer las galletitas en forma de fútbol!" —exclamó Don Hugo, ahora completamente integrado en la actividad.

Cuando terminaron, tenían galletitas decoradas de todas formas, colores y sabores. Miraron cada una con orgullo y, al saborearlas, no solo saborearon el trabajo duro, sino también la unión que habían formado.

La noche de Navidad llegó y, mientras estaban sentados a la mesa, se sintieron más conectados que nunca. Compartieron historias sobre las galletitas, hablaron de sus sueños y, lo que solía ser un enfrentamiento, se convirtió en un espacio de diálogo y comprensión.

"Debemos hacer esto más seguido" —sugirió Sofía, mirando a todos.

"Sí, así todos pueden traer algo especial a la mesa, como en nuestra cena” —dijo Lucas.

"Porque cada uno tiene algo que aportar" —aseguró Doña Clara, mirando a su lado.

"¡A la próxima, yo traigo el ravioli!" —declaró Don Hugo riendo a carcajadas.

Esa Navidad, la familia Pérez no solo celebró la festividad, sino que descubrió la importancia de trabajar juntos y aprender unos de otros. De esa forma, se prometieron que las peleas no serían lo que los definiera, sino las experiencias compartidas.

Y así, las disputas se convirtieron en risas, y la familia Pérez nunca volvió a ser la misma.

FIN.

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