Había una vez en un lindo pueblo rodeado de un frondoso bosque, una nena llamada Valentina.
Valentina era una niña muy valiente y curiosa a la que le encantaba aventurarse en el bosque para buscar las manzanas más sabrosas.
Un día, mientras recogía las jugosas frutas, se encontró con un lobo de pelaje gris y ojos brillantes.
Aunque al principio se asustó, recordó las historias de su abuelita sobre los animales del bosque y decidió hablar con el lobo en lugar de correr.
-Hola, ¿cómo estás?
-dijo Valentina con voz temblorosa.
-Hola, pequeña, estoy bien.
¿Y tú?
-respondió el lobo con amabilidad.
Valentina, sorprendida por la actitud amigable del lobo, decidió entablar una conversación con él.
Descubrió que el lobo se sentía solo y triste porque los demás animales del bosque lo evitaban y no querían jugar con él por miedo.
Valentina, empática y valiente, decidió ayudar al lobo a cambiar su imagen para que las demás criaturas del bosque lo trataran mejor.
Juntos, idearon un plan: el lobo mostraría su lado más amigable y Valentina hablaría con los demás animales para convencerlos de darle una oportunidad.
Así, el lobo comenzó a ayudar a los animales enfermos, a cuidar a los más pequeños y a compartir su comida.
Con el tiempo, los animales del bosque se dieron cuenta de que el lobo no era tan malo como pensaban y comenzaron a aceptarlo.
El lobo estaba feliz de tener amigos y Valentina se sentía orgullosa de haber ayudado a cambiar las cosas.
Desde ese día, el lobo y Valentina se convirtieron en grandes amigos y juntos demostraron que, con valentía y comprensión, se pueden superar los miedos y prejuicios.
A partir de entonces, el bosque se llenó de risas y juegos, donde todos los animales, grandes y pequeños, vivieron en armonía y amistad.