La Niña Colorida y el Portón Encantado



Había una vez una niña muy colorida llamada Lila, que vivía en un hermoso castillo encantado en medio de un bosque mágico. Lila tenía una sonrisa que iluminaba el lugar, y su vestuario siempre era el más brillante y alegre.

Un día, llena de energía y valentía, Lila decidió que quería hacer algo divertido en la escuela. Mientras caminaban hacia clase con sus amigos, vio un gran portón de madera antigua que, según decía la leyenda, estaba encantado. El portón tenía una inscripción que decía: "Quien salte este portón, volará como un ave". Lila miró a sus amigos, les guiñó un ojo y declaró:

"¡Voy a saltar ese portón!"

Sus amigos se rieron, un poco nerviosos, pero Lila, llena de entusiasmo, tomó impulso.

Con toda su energía, corrió y saltó. Sin embargo, el portón era más alto de lo que parecía, y Lila tropezó y cayó al suelo con un fuerte -¡PUM! -

Sus amigos, al ver lo que había ocurrido, comenzaron a reírse sin querer.

"¡Mirá cómo cayó!" dijo Tomás entre risas.

"¡Esa fue la caída más graciosa que vi!" agregó Sofía mientras reía a carcajadas.

Lila sintió un nudo en la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas. No entendía por qué sus amigos se reían de ella en lugar de ayudarla. Con el corazón pesado, se alejó del grupo y se fue a sentar en una piedra cerca del castillo.

Poco a poco, los amigos fueron dejando de reírse y notaron que Lila no estaba con ellos.

"Chicos, creo que nos pasamos un poco", dijo Nicolás.

"Sí, no debimos reírnos. A Lila no le gustó eso", agregó Sofía, preocupada.

Los amigos se miraron entre sí, dándose cuenta de que habían herido los sentimientos de Lila. Entonces, Tomás, que siempre había sido el más valiente, decidió actuar.

"Vamos a buscarla y pedirle perdón", propuso.

Los cuatro salieron en busca de Lila y la encontraron sentada, con la cabeza agachada.

"Lila, sentimos mucho haberte hecho sentir mal", dijo Tomás con sinceridad.

"Te queremos y no deberíamos habernos reído de ti", agregó Sofía, apenada.

"¡Me gustaría que me perdonaras!", dijo Nicolás.

Lila levantó la mirada y vio a sus amigos sinceros.

"Está bien, solo me sentí mal porque me caí", respondió Lila con una sonrisa tímida.

"A veces las caídas son parte de aprender. Creo que saltaré de nuevo, pero tal vez lo haga en un lugar donde haya colchonetas, por si acaso", bromeó Lila, y todos rieron juntos.

Con la risa de nuevo en el aire, Lila se dio cuenta de que, aunque sus amigos habían cometido un error, también estaban dispuestos a disculparse.

"Vamos a intentar saltar juntos, ¿qué les parece?", sugirió Lila.

"¡Sí! Pero yo me quedo atrás, por si acaso", dijo Tomás divertidamente.

Así fue como Lila y sus amigos aprendieron sobre la importancia de pedir disculpas y de ser comprensivos. Después de ese día, el portón encantado se convirtió en un símbolo de su amistad; cada vez que se reían de una caída, recordaban cómo se apoyaron mutuamente y la risa se llenaba de alegría,

Desde entonces, cada vez que pasaban por el portón, lo hacían juntos, apoyándose mutuamente y eligiendo siempre la diversión y el cariño por sobre las burlas. Y así, la niña colorida y sus amigos vivieron felices, con un lazo más fuerte que jamás, en su castillo encantado.

FIN.

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