La niña de los ojos oscuros



Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bonitas flores, una niña llamada Luna. Luna era especial, no solo por su risa contagiosa o su habilidad para hacer amigos, sino porque tenía unos ojos oscuros que brillaban como dos estrellas en la noche. A pesar de su belleza, muchos en el pueblo creían que los ojos oscuros traían mala suerte, así que los chicos y chicas del barrio a veces la evitaban.

Un día, mientras jugaba cerca de un arroyo, Luna escuchó una conversación entre un grupo de niños. Estaban hablando de un gran concurso de talentos que se celebraría en el pueblo. Todos querían participar, pero ninguno se atrevían a mostrar sus habilidades.

"Me encantaría bailar, pero no tengo ganas de que se rían de mí", dijo Sofía.

"Yo quiero cantar, pero me da miedo que nadie me escuche", agregó Tomás.

Luna, aunque sentía un nudo en el estómago, decidió que era el momento de demostrar que las diferencias son lo que nos hace especiales.

"¡Chicos!", gritó Luna, apareciendo detrás de un árbol. "¿Por qué no se animan? ¡Deberían mostrar al mundo lo que saben hacer!"

Los niños la miraron con sorpresa.

"¿Y tú qué sabes hacer, Luna?", le preguntó Tomás, curioso.

"Puedo contar historias. Historias de aventuras y sueños", respondió con una gran sonrisa.

Los niños no estaban del todo convencidos, pero decidieron darle una oportunidad. Invitaron a Luna a unirse a ellos en un pequeño rincón del pueblo, donde decidieron ensayar juntos sus talentos. Sofía se puso a practicar su baile, Tomás se colgó una guitarra, y Luna les contó historias de valientes héroes y coloridos lugares.

Con el paso de los días, el grupo se volvió más unido. Primero ensayaban en la tarde, después empezaron a compartir pequeños secretos y confidencias. Luna les enseñó a no tener miedo de ser diferentes.

"¡No hay nada de malo en tener ojos oscuros!", les decía. "Son solo una parte de lo que soy".

El día del concurso llegó, y todos estaban emocionados, pero también nerviosos. Montaron un gran escenario en la plaza del pueblo y la gente se agolpaba para ver el evento. El primer grupo en presentarse fue Sofía. Se subió al escenario, respiró hondo y comenzó a bailar. Al final de su actuación, la gente estalló en aplausos.

"¡Bien hecho, Sofía!", gritó Luna desde entre la multitud.

Luego fue el turno de Tomás, que tocó su guitarra y cantó con todo su corazón. Los aplausos continuaron, y ya era el momento de Luna.

"¡Vamos, Luna!", la animaron sus amigos.

Se subió al escenario, con sus ojos oscuros como dos luceros. Abrió la boca y comenzó a contar una historia de un valiente caballero y una gran aventura. La gente escuchaba con atención, hipnotizada por su voz y su imaginación.

Pero de repente, en medio de su historia, una nube oscura cubrió el sol. Todos miraron al cielo, preocupados. Era un fenómeno extraño, como si un hechizo hubiera caído sobre el pueblo. La gente empezó a murmurar, asustada. Pidieron que se cancelara el espectáculo, pero Luna, con su voz firme, les dijo:

"No debemos dejar que el miedo nos detenga. A veces, las tormentas traen oportunidades".

Decidió seguir narrando. Con su voz, les llevó a un mundo de magia y maravillas, donde los héroes siempre vencían y el amor siempre triunfaba. Poco a poco, el miedo se disipó, y todos se olvidaron de la nube oscura, disfrutando de la historia que Luna compartía.

Al terminar, el cielo se despejó, y la luz del sol volvió a brillar intensamente. La gente aplaudió con fervor.

"¡Eres increíble, Luna!", le gritaron.

La niña se dio cuenta de que sus ojos oscuros no solo reflejaban su singularidad, sino que también eran una fuente de fortaleza. En ese momento, comprendió que ser diferente era lo que la hacía especial y que nunca debería tener miedo de mostrar quién era.

Desde ese día, los niños en el pueblo empezaron a ver a Luna de una manera distinta. Ya no la veían como la niña de los ojos oscuros que traía mala suerte. La veían como su amiga, la que podía contar historias apasionantes y animar a todos a ser valientes y únicos.

Así, juntos, aprendieron que la verdadera belleza radica en ser uno mismo y aceptarse tal cual somos, sin importar el color de nuestros ojos o las diferencias que podamos tener.

Y así, en aquel pequeño pueblo, la niña de los ojos oscuros enseñó a todos que la amistad y la alegría siempre pueden superar cualquier nube oscura en el cielo.

FIN.

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