La niña, el duende y el dragón



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, vivía una niña llamada Lucía. Desde que tenía memoria, soñaba con aventuras mágicas en las que estaba acompañada por seres fantásticos. Un día, mientras exploraba el bosque, encontró un claro lleno de flores brillantes.

Allí, no solo había flores, sino también un pequeño duende que se llamaba Gimi.

"¡Hola, niña! Soy Gimi, el guardián de este bosque. ¿Qué haces aquí?", preguntó el duende con una sonrisa traviesa.

"Hola, Gimi. Estoy buscando aventuras. Siempre he soñado con conocer seres mágicos", respondió Lucía, con sus ojos brillando de emoción.

"¡Entonces, has llegado al lugar correcto! Ven, tengo algo que mostrarte", dijo Gimi, tomando la mano de Lucía y llevándola a través de un laberinto de árboles.

Después de caminar un rato, llegaron a una montaña muy alta. En su cima se veía algo brillante.

"Allí vive Elara, la dragona de las estrellas. Es la protectora de todos los seres mágicos. Pero... últimamente ha estado triste y sólo ella puede ayudarnos a hacer florecer el bosque de nuevo", explicó Gimi con seriedad.

"¿Qué le pasa a Elara? ¿Cómo puedo ayudar?", preguntó Lucía, sintiendo una chispa de valentía en su interior.

"Ella perdió su brillo porque los humanos la olvidaron. Tiene miedo de que el bosque se convierta en un lugar triste y vacío", contestó Gimi, mirando hacia el horizonte con melancolía.

Lucía decidió que debía escalar la montaña para hablar con Elara.

"¡Voy a hacerlo!", exclamó con determinación.

"Es un camino difícil, pero creo en ti, Lucía. ¡Vamos!", animó Gimi.

Ambos comenzaron la escalada. A medida que ascendían, el viento soplaba cada vez más fuerte, y las piedras eran resbaladizas. Pero cada vez que Lucía daba un paso, se acordaba de su sueño.

Finalmente, llegaron a la cima. Allí, encontró a Elara, una enorme dragona cuyo cuerpo brillaba con colores iridiscentes.

"Hola, Elara. Soy Lucía y vengo a hablar contigo", dijo la niña con voz firme, aunque su corazón latía rápidamente.

"¿Por qué viniste, pequeña? Nadie se preocupa por mí", respondió la dragona con un susurro triste.

"Gimi me contó sobre tu tristeza. Yo creo que todos todavía te recuerdan, solo que la vida en el pueblo ha cambiado un poco. Pero estoy aquí para que juntos podamos recordar lo maravillosa que eres", dijo Lucía.

Elara se mostró un poco sorprendida por la valentía de la niña.

"¿Cómo podríamos hacer eso?", preguntó la dragona, mostrando un rayo de esperanza.

"¡Hagamos una fiesta! Invitemos a todos del pueblo. Podremos contarles historias sobre ti y hacer que vean la magia del bosque", sugirió Lucía, emocionada.

La dragona pensó por un momento y luego sonrió con un brillo de luz que iluminó la cima.

"Eso sería maravilloso. ¡Hagamos la fiesta!", exclamó Elara, animando a sus alas a brillar.

Así, Lucía, Gimi y Elara comenzaron a planear la gran fiesta. Cada uno se encargó de una tarea: Lucía hizo invitaciones en hojas de plantas, Gimi cocinó dulces y Elara voló para invitar a todos los seres mágicos que habitaban en el bosque.

El día de la fiesta, la montaña se llenó de risas, historias y música. Lucía se subió a una roca y habló con todos.

"Queridos amigos, hoy tenemos una razón especial para celebrar. ¡Nuestra amiga Elara está aquí con nosotros!", anunció Lucía.

Los habitantes del pueblo llegaron aterrados, pero al escuchar la historia de la dragona comenzaron a mirar a su alrededor, fascinados.

"¡Increíble! ¡No sabía que había una dragona aquí!", exclamó un niño del pueblo.

La alegría se desbordó, y todos comenzaron a compartir sus propias historias. La magia del lugar despertó, y la risa resonó por todo el bosque.

Al final de la fiesta, Elara se sintió renovada y feliz.

"Gracias, Lucía. Has traído de vuelta la alegría a mi corazón. Ahora sé que nunca estaré sola", dijo la dragona mientras sus ojos brillaban más que nunca.

De regreso a casa, Lucía comprendió que las aventuras no solo estaban en los sueños, sino también en la bondad de hacer que otros se sintieran valiosos.

Desde aquel día, cada vez que alguien pasaba por el bosque, lo saludaban no solo a Gimi y Elara, sino también a la valiente Lucía, quien había recordado a todos la esencia de la magia.

Y así, el bosque floreció de nuevo, no solo con plantas y flores, sino con amor y amistad. Y Lucía, con su nuevo amigo, el duende, y su amiga, la dragona, aprendieron que el recuerdo y la pertenencia eran las verdaderas claves para mantener la magia viva.

"¡Hasta pronto, amigos!", decía Lucía mientras regresaba a su hogar, llena de sueños y nuevas historias que contar.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!