La niña en calma
Había una vez una niña llamada Sofía que vivía en un pequeño pueblo.
Aunque era muy inteligente y tenía mucho talento para el dibujo, tenía un gran problema: no podía controlar su enojo y siempre terminaba pegándole a sus compañeras de escuela. Sofía se sentía muy mal por su comportamiento, pero no sabía cómo cambiarlo. Sus padres intentaban enseñarle que la violencia no era la solución, pero ella parecía incapaz de controlarse.
Un día, llegó a la escuela una nueva maestra llamada Valentina. Era joven y tenía una sonrisa cálida que iluminaba el salón de clases. Desde el primer día, Valentina notó el problema de Sofía y decidió ayudarla.
Unos días después, durante la clase de arte, Valentina propuso a los estudiantes hacer un mural sobre las emociones. Cada uno debía representar en su dibujo cómo se sentían en diferentes situaciones.
Sofía se entusiasmó con la idea del mural y decidió plasmar su lucha contra el enojo. Con mucho cuidado, dibujó un corazón roto rodeado de rayos negros que representaban su furia descontrolada. Cuando todos los murales estuvieron listos, Valentina organizó una exposición para mostrarlos a toda la comunidad escolar.
Los padres fueron invitados a asistir y admirar el trabajo de sus hijos. El día de la exposición, mientras cada padre recorría las obras expuestas, Sofía observaba nerviosa desde lejos. Temía que al ver su mural enfadado todos pensarían mal de ella.
Sin embargo, algo inesperado sucedió. Un niño llamado Lucas se acercó al mural de Sofía y se quedó mirándolo fijamente. Luego, con una sonrisa sincera, se dirigió a ella y dijo:"Sofía, tu dibujo es muy poderoso.
Puedo ver que te sientes muy mal cuando te enojas tanto. ¿Sabes? Yo solía tener problemas parecidos y aprendí a controlar mi ira". Sorprendida por las palabras de Lucas, Sofía preguntó cómo lo había logrado.
"Solía hacer un ejercicio que me enseñaron mis padres", respondió Lucas. "Cuando siento mucha rabia, cierro los ojos e imagino que respiro aire fresco y limpio mientras cuento hasta diez lentamente.
Luego exhalo el enojo imaginando que soplo todas las nubes negras fuera de mi cuerpo". Las palabras de Lucas resonaron en el corazón de Sofía. Decidió intentar ese ejercicio cada vez que sintiera la furia apoderarse de ella.
Los días pasaron y poco a poco Sofía fue practicando la técnica sugerida por Lucas. Descubrió que funcionaba para calmar su ira antes de llegar al punto de pegarle a alguien. Con el tiempo, Sofía empezó a notar cambios positivos en su comportamiento.
Ya no golpeaba a sus compañeras como antes y aprendió a expresar su frustración con palabras en lugar de violencia física. Un día, Valentina organizó una reunión especial con todos los padres para mostrarles los avances de Sofía.
La maestra les contó sobre el mural inicial lleno de rabia y cómo había sido transformado en una obra de arte que representaba la superación personal. Los padres se mostraron orgullosos y emocionados al ver el progreso de Sofía.
La niña les explicó cómo había aprendido a controlar su enojo gracias a la técnica que Lucas le había enseñado. A partir de ese día, Sofía se convirtió en un ejemplo para sus compañeros.
Compartió con ellos la técnica que le había ayudado a cambiar y pronto todos empezaron a practicarla cuando sentían enfado. La historia de Sofía fue inspiradora para todos en el pueblo. Aprendieron que, aunque es normal sentir ira, no está bien lastimar a los demás por eso.
Aprender a controlar las emociones es un proceso necesario para crecer y ser mejores personas. Y así, gracias al apoyo de Valentina y a la amistad sincera de Lucas, Sofía logró transformar su rabia en algo positivo y descubrió el poder del autodominio.
Desde entonces, ella nunca más volvió a pegarle a nadie y se convirtió en una niña feliz y respetada por todos.
FIN.