La Niña en la Puerta



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Arcoiris. Todos los niños jugaban en la plaza mientras los adultos conversaban animadamente. Sin embargo, en la casa de la señora Elisa, algo extraño estaba ocurriendo. Una niña misteriosa apareció en la puerta.

Su nombre era Sofía. Sofía era nueva en el barrio y tenía el cabello rizado, como un revuelo de nubes. Aunque lucía un poco tímida, sus ojos brillaban con curiosidad.

Sofía miraba a los niños jugar desde la puerta de la señora Elisa, pero no se animaba a unirse.

- ¿Por qué no te unís a ellos? - preguntó la señora Elisa, que observaba a Sofía con una sonrisa.

- No sé jugar, - respondió Sofía con una voz bajita. - Temí que se rían de mí.

La señora Elisa, que siempre había creído en la magia de la amistad, decidió ayudarla.

- Ven, te voy a presentar. -Y la llevó hasta la plaza.

Allí, un grupo de niños estaba jugando a la pelota. Cuando Sofía se acercó, todos la miraron. Ella se quedó paralizada, aunque la señora Elisa le dio un empujoncito, animándola a dar el primer paso.

- ¡Hola! Soy Sofía, - dijo la niña con una voz temblorosa. - ¿Puedo jugar también?

Los niños, al principio, la miraron sorprendidos, pero rápidamente se sonrieron.

- Claro, ¡bienvenida! - gritó Tomás, un niño con una gorra roja. - ¡Vamos a hacer equipos!

Sofía no podía creerlo. En un parpadeo, se encontró corriendo detrás de la pelota y riendo junto a los demás. Era la primera vez que se sentía parte de algo. Sin embargo, tras unos minutos de juego, un pequeño accidente ocurrió: Sofía tropezó y cayó al suelo. La risa se detuvo y todos la miraron preocupados.

- Estás bien, Sofía? - preguntó Lara, una niña que estaba siempre lista para ayudar.

- Sí, me duele un poco la rodilla, pero no pasa nada... - dijo Sofía, intentando sonreír.

- ¡Chicos, ayudemos! - propuso Tomás. - Todos podemos caernos, pero lo importante es levantarnos juntas.

Los niños se acercaron y le dijeron palabras de aliento. Sofía sintió un gran calor en su corazón.

- ¡Gracias, chicos! - dijo, levantándose con un poco de dificultad. - ¡Ahora sé que nunca estaré sola!

Esa tarde, los niños no solo aprendieron a jugar a la pelota, sino también el valor de la empatía y la solidaridad. Sofía se convirtió en parte del grupo y, a partir de ese día, cada vez que alguien se caía, todos estaban allí para ayudarlo a levantarse. A medida que pasaron los días, el grupo de amigos se volvió más unido y siempre estaban ahí los unos para los otros, en las buenas y en las malas.

Una tarde, Sofía, ya más confiada, se acercó a la señora Elisa.

- ¡Mirá! Hice un nuevo amigo en el barrio. Su nombre es Lucas, y viene a jugar todos los días.

La señora Elisa sonrió, emocionada.

- Eso significa que encontraste tu lugar en el mundo, querida.

La historia de Sofía en el barrio se convirtió en una hermosa enseñanza: que, a veces, todo lo que necesitamos es un pequeño empujoncito de alguien que crea en nosotros. Desde entonces, Sofía nunca olvidó lo importante que es abrir la puerta no solo a nuevos juegos, sino también a nuevas amistades.

Y así, en el pequeño pueblo de Arcoiris, cada vez que una niña o un niño se sentía nervioso o temía ser rechazado, otros se acercaban para ofrecerles la mano y así, juntos, hacían del mundo un lugar más amigable.

La moral de la historia es sencilla: nunca dejes que el miedo a caer te impida lanzarte a jugar con otros. La verdadera magia está en la amistad y en estar ahí para los demás, porque todos, alguna vez, necesitamos una mano que nos ayude a levantarnos.

FIN.

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