La niña encantada del Cerro Campanero



Había una vez, en la hermosa provincia de Julcán, una niña llamada Lila. Lila era una pequeña soñadora que vivía rodeada de un paisaje, donde el Cerro Campanero se erguía majestuosamente. Cada día, después de ayudar a su madre en casa, caminaba hacia el cerro a pastar a sus queridas ovejas. El lugar era su favorito porque, según contaban los ancianos del pueblo, era mágico y lleno de misterios.

Una mañana radiante, Lila salió a pastar a las ovejas. Mientras las ovejas disfrutaban del dulce pasto, Lila se sentó en una roca mientras miraba el paisaje, que le parecía pintado por un gran artista. De repente, sintió un ligero temblor en el suelo.

- ¿Qué fue eso? - murmuró Lila, levantando la vista hacia el cerro.

Una luz brillante surgió del centro del Cerro Campanero, llenando el cielo de colores hermosos y centelleantes. La luz era tan intensa que Lila no pudo evitar acercarse.

- ¡Las ovejas! - gritó Lila, recordando por un segundo su responsabilidad. Pero sus pies parecían estar pegados al suelo mientras la luz la envolvía.

En un parpadeo, Lila se encontró en un bosque encantado, donde los árboles hablaban y los pájaros cantaban melodías mágicas.

- ¡Hola, niña! - saludó un árbol muy grande con voz profunda. - Bienvenida al reino de los sueños.

- ¿Dónde estoy? - preguntó Lila, atónita.

- Has sido encantada, pequeña. Tu amor por el cerro y la naturaleza llamó a las fuerzas mágicas. Aquí podrás vivir aventuras y descubrir muchos aprendizajes, pero debes encontrar el camino de regreso a casa. Para eso, deberás resolver tres pruebas. ¿Estás dispuesta a hacerlo? - preguntó el árbol.

- ¡Sí! ¡Yo puedo! - respondió Lila con valentía.

La primera prueba era ayudar a un grupo de pájaros a encontrar su nido. Lila recorrió el bosque y se encontró con un grupo de pajaritos llorando.

- ¿Por qué lloran? - preguntó Lila.

- ¡Hemos perdido nuestro nido! - lamentó uno de los pájaros. - No sabemos cómo volver a casa.

- No se preocupen, los ayudaré - dijo Lila, y comenzó a buscar. Con su ingenio, siguió el rastro de plumas perdidas y, al final, encontró el nido escondido entre las ramas. Los pájaros cantaron alegres, y Lila se sintió contenta de ayudarles.

- ¡Gracias, amiga! - dijeron los pájaros. - Ahora llegaste un paso más cerca de tu hogar.

La siguiente prueba fue enfrentar su miedo. Se encontró con un gran río que barría todo a su paso

- ¿Cómo cruzaré? - se preguntó a sí misma. - ¡No sé nadar!

Pero justo en ese momento, conoció a un pequeño pez dorado.

- ¿Por qué estás triste? - le preguntó el pez, que brillaba con el reflejo del sol.

- Quiero volver a casa, pero tengo miedo del agua - respondió Lila.

- Tienes que confiar en ti misma. Si te lanzas y mantienes la calma, podrás cruzar - le animó el pez.

Lila pensó en lo que hacer. Cerró los ojos, tomó aire y dio un gran salto. Sintió el agua tocarla, pero recordó lo que el pez le había dicho. Con movimientos suaves, nadó hasta la orilla. Cuando salió, celebró que había superado su miedo.

Con cada prueba, Lila no solo ganaba habilidades, sino que también aprendía sobre la amistad y la valentía. Finalmente, su última prueba fue encontrar el eco perdido del Cerro Campanero. Nadie en el bosque podía recordarlo y parecía que todo estaba callado.

- ¿Cómo puedo encontrar el eco? - preguntó, sintiéndose un poco perdida.

De pronto, el gran árbol regresó a hablar.

- El eco no se encuentra, se crea. Debes cantar con todo tu corazón.

- ¿Cantar? - respondió Lila un poco asustada, pero recordando cómo le gustaba hacerlo en casa.

Así que cerró los ojos y comenzó a cantar una canción que su abuela solía cantarle. Su voz resonó en el bosque y, como por arte de magia, el eco regresó, se levantó y llenó el lugar con armonía.

- ¡Lo lograste! - exclamó el árbol - Has superado las tres pruebas con valentía y valentía. Ahora, es tiempo de volver a casa.

En un abrir y cerrar de ojos, Lila se encontró en el Cerro Campanero, rodeada por sus ovejas. Estaba feliz y emocionada por las aventuras que había vivido. Nadie en el pueblo lo creería, pero Lila sabía que siempre llevaría esa magia en su corazón.

- ¡Gracias, Cerro Campanero! - gritó Lila al cerro, prometiendo volver pronto.

Desde ese día, Lila siguió pastoreando sus ovejas, pero cada vez que miraba el cerro, sonreía sabiendo que la magia siempre estaría esperándola. Y así, cada niño del pueblo aprendió a cuidar y respetar la naturaleza, recordando que la valentía y la amistad podían convertir cualquier sueño en realidad.

FIN.

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