La niña junto a las estrellas
Había una vez, en un pequeño pueblo donde las luces de la ciudad apenas llegaban, una niña llamada Luna. Cada noche, cuando la oscuridad cubría el cielo, Luna miraba hacia arriba y soñaba con alcanzar las estrellas.
Un día, mientras paseaba por el bosque, escuchó un suave susurro proveniente de un viejo roble.
"¿Quién está allí?" - preguntó Luna, sorprendida.
"Soy el Guardián de las Estrellas" - respondió el árbol con una voz templada. "He estado observando tus sueños."
Luna, entusiasmada, se acercó al roble. "¿De verdad puedes ayudarme a llegar a las estrellas?" - preguntó con los ojos brillantes.
"Para llegar a las estrellas, primero debes aprender a brillar como ellas" - dijo el Guardián. "Dame tu mano, te llevaré a un lugar mágico."
Luna tomó la mano del árbol y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en un prado iluminado por miles de luciérnagas.
"Aquí es donde comienzan tus lecciones," - dijo el Guardián. "Cada luciérnaga tiene su propia luz, y tú también puedes encontrar la tuya. Pero primero, debes ayudarme a resolver un acertijo."
"¡Me encantan los acertijos!" - exclamó Luna emocionada.
"Para saber qué tipo de luz eres, responde: ¿Qué brilla sin ser visto, y calienta sin quemar?" - preguntó el árbol.
Luna frunció el ceño, pensativa. Después de unos momentos, sonrió y dijo: "¡El sol!"
"Correcto. Has encontrado tu primer rayo de luz. Ahora, continúa el viaje, pero no olvides ayudar a otros en el camino."
Con el eco de sus palabras, el Guardián la envió de vuelta al bosque. Luna se sintió un poco decepcionada por no haber volado entre las estrellas, pero recordó la importancia de ayudar a quienes la rodeaban.
Al regresar, se encontró con un grupo de niños que intentaban reconstruir un viejo columpio. Luna se acercó a ellos y dijo:
"¿Puedo ayudar?"
Los niños miraron sus pies, algo inseguros. "No sabemos si podrás… siempre estuviste soñando con las estrellas."
"Las estrellas brillan más cuando se comparten los sueños. Déjenme ayudar."
Así que juntos, comenzaron a trabajar. Luna encontró la madera adecuada, y todos se unieron para armar el columpio. Después de algunas horas de risas y esfuerzo, ¡el columpio estaba listo!"¡Ya pueden jugar!" - gritó Luna con alegría.
Los niños saltaron de felicidad y comenzaron a balancearse, llenando el aire con risas. Al verlos, Luna sintió una calidez en su corazón; se dio cuenta de que ayudar a otros era como brillar en la oscuridad.
Esa noche, cuando Luna miró al cielo, vio una estrella muy brillante. "Esa estrella es especial, porque ahora sé que puedo brillar junto a ella."
Y así, cada vez que ayudaba a alguien, su luz se hacía más intensa.
Sin embargo, un día, el Guardián de las Estrellas volvió a aparecer en su sueño.
"Luna, has aprendido a brillar, pero ahora debes enfrentar un desafío más. Un niño en la ciudad ha perdido su camino y necesita tu luz para volver a casa."
"¡Voy a ayudarlo!" - respondió decidida.
Esa noche, con la luna como guía, Luna se aventuró hacia la ciudad. Al llegar, encontró a un niño sentado en la vereda con lágrimas en los ojos.
"¿Por qué lloras?" - le preguntó Luna con dulzura.
"No sé cómo volver a casa... estaba jugando y me perdí."
Luna se agachó a su lado. "No te preocupes, juntos encontraremos el camino. Sígueme, yo tengo una luz."
Encendió la luciérnaga que había guardado en su bolsillo, y esa luz comenzó a brillar ferozmente, guiando al niño. Mientras caminaban, Luna le narraba historias sobre las estrellas y cómo cada una tiene su lugar en el cielo.
Finalmente, llegaron a la casa del niño, donde su madre lo estaba esperando con los brazos abiertos.
"¡Gracias!" - dijo el niño emocionado. "No sé qué habría hecho sin tu ayuda."
"Siempre debes recordar, incluso cuando te sientas perdido, hay alguien que puede ayudarte a encontrar el camino."
Esa noche, cuando Luna regresó a su hogar, sentía como si el cielo estuviera sonriendo. Los brillos de las estrellas parecían bailar, y supo que cada buena acción que realizaba hacía que su luz se expandiera. En el fondo de su corazón, comprendió que la verdadera magia no era solo alcanzar las estrellas, sino hacer que otros también las alcanzaran.
Y así, Luna siguió ayudando a todos en su pueblo, iluminando sus vidas y convirtiéndose en una estrella más en el firmamento del cariño y la amistad. De esta manera, la niña que soñaba con las estrellas aprendió que cada acto de bondad hace que el universo brille un poco más.
FIN.