La niña que abrazó a la luna



Había una vez una niña llamada Luna, a quien le encantaban los chocolates y los animales. Pero había algo que preocupaba mucho a sus padres: Luna no quería comer.

Siempre ponía caras de disgusto cuando veía la comida en su plato. Un día, mientras Luna estaba jugando en el jardín de su casa, apareció un conejito blanco muy tierno. Luna se acercó con curiosidad y el conejito se dejó acariciar.

Desde ese momento, Luna decidió llamarlo Copito. Luna pasaba horas jugando con Copito y le daba todo su amor y atención. Pero sus padres notaron que cada vez comía menos y estaban muy preocupados por su salud.

Un día, mientras paseaban por el parque, encontraron a un perro callejero abandonado. Parecía triste y hambriento. Sin pensarlo dos veces, Luna decidió llevarlo a casa y lo llamaron Max. Max era un perro muy inteligente y rápido aprendió las reglas de la casa.

Aunque aún tenía miedo de los extraños, confiaba plenamente en Luna. Una noche, después de jugar con Copito y Max durante horas, Luna se dio cuenta de algo sorprendente: ellos siempre estaban ansiosos por comer cuando llegaba la hora adecuada.

De alguna manera, habían encontrado una forma de comunicarse sin palabras sobre cuándo debían alimentarse.

Inspirada por esto, al día siguiente durante el almuerzo le preguntó a su mamá si podían hacerle un favor especial: poner sus alimentos favoritos junto al plato para que ella pudiera elegir qué comer primero. La mamá accedió encantada y puso una pequeña porción de chocolate junto a su plato de comida. Luna estaba feliz y emocionada.

Comenzó a comer la comida sin problemas, sabiendo que después podría disfrutar de su chocolate favorito. A medida que pasaban los días, Luna se dio cuenta de que si comía bien, tenía más energía para jugar con Copito y Max.

También notó cómo sus mascotas siempre estaban atentas a ella cuando necesitaba algo. Un día, mientras jugaba en el parque con Copito y Max, Luna vio a un grupo de niños alimentando a los patos del lago.

Se acercó corriendo y preguntó si podía ayudarlos. Los niños le dieron pan para darle a los patos e inmediatamente Luna sintió una gran alegría al ver cómo las aves nadaban hacia ella para recibir su comida.

Fue entonces cuando se dio cuenta de lo importante que era compartir con otros seres vivos. Desde ese día, Luna comenzó a interesarse más por la alimentación saludable y aprendió sobre los diferentes alimentos que eran buenos para su cuerpo.

Comenzó a probar nuevos sabores y descubrió lo delicioso que era comer frutas y verduras frescas. Luna también decidió abrir un pequeño refugio para animales abandonados en su casa.

Con la ayuda de sus padres, rescataron perros, gatos y conejos sin hogar, brindándoles amor y cuidado hasta encontrarles nuevas familias. La historia de Luna se volvió muy conocida en el vecindario y muchas personas comenzaron a seguir su ejemplo: adoptar animales abandonados y cuidar mejor su alimentación.

Así fue como una niña llamada Luna, que no quería comer, descubrió el amor por los animales y aprendió la importancia de una alimentación saludable. Y desde entonces, todos vivieron felices y sanos.

FIN.

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