La niña que enseñó a ser imperfectamente perfecta
En un pequeño pueblo llamado Villa Ejemplar vivía una mujer llamada Doña Perfecta. Su nombre lo decía todo: era una dama de alta sociedad, estricta en su moralidad y firme en sus creencias.
Doña Perfecta dominaba su hogar con mano de hierro, imponiendo reglas estrictas a su familia y vecinos. Un día, llegó al pueblo una niña llamada Lucía. Era alegre, curiosa y siempre veía el lado bueno de las cosas.
Doña Perfecta no tardó en enterarse de la llegada de Lucía y decidió que esa niña no encajaba en su idea de perfección.
Desde el primer día, Doña Perfecta trató de imponer sus reglas a Lucía, pero la niña siempre encontraba la manera de desafiarla con una sonrisa en el rostro. "Lucía, aquí las cosas se hacen como yo digo", le repetía una y otra vez Doña Perfecta. Pero Lucía no se amedrentaba.
Un día, mientras paseaba por el bosque, encontró un árbol hermoso con flores multicolores. Pensó que sería perfecto llevar algunas flores al jardín de Doña Perfecta para alegrar un poco el lugar tan serio y gris. Cuando Doña Perfecta vio las flores en su jardín, se enfureció.
"¡Esto está completamente fuera de lugar! ¡No permitiré esta falta a mi autoridad!", exclamó indignada. Pero entonces algo inesperado pasó: las flores empezaron a florecer aún más hermosas que antes, iluminando todo el jardín con sus colores brillantes.
Los vecinos del pueblo se maravillaron al ver la transformación del jardín de Doña Perfecta. Doña Perfecta quedó atónita ante lo que veían sus ojos.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de alegría en su corazón endurecido por la rigidez y la perfección impuesta. Se acercó a Lucía y le dijo con voz temblorosa: "Nunca pensé que algo tan simple pudiera traer tanta belleza a mi vida".
Desde ese día, Doña Perfecta comenzó a abrir su corazón a nuevas experiencias y aprendió a apreciar la imperfección como parte esencial de la belleza del mundo.
Y así, gracias a la inocencia y bondad de Lucía, Doña Perfecta descubrió que la verdadera perfección reside en aceptar las imperfecciones propias y del mundo que nos rodea.
FIN.