La niña que no quería comer



Érase una vez en un pequeño pueblo, una niña llamada Valentina. Valentina tenía una peculiaridad: no quería comer. En el almuerzo, siempre dejaba su plato lleno, y en la cena, prefería jugar con sus amigos en vez de sentarse a la mesa.

"Valentina, es hora de cenar", le decía su mamá, mientras servía la comida en la mesa.

"No tengo hambre, mamá. Solo quiero jugar con Sofi y Julián".

A la mamá de Valentina le preocupaba que su hija no comiera suficiente. Decidió hablar con el maestro de Valentina sobre su problema. El maestro, don Sebastián, era un hombre sabio y siempre sabía qué hacer.

"Valentina, ¿por qué no comes?", le preguntó un día durante la clase.

"Porque no me gusta", respondió Valentina encogiéndose de hombros.

Don Sebastián se inclinó hacia ella y sonrió.

"¿Te gustan las historias, Valentina?"

"¡Sí!", exclamó ella, su mirada iluminándose.

"Entonces tengo una idea. Te contaré una historia sobre la importancia de la comida y las aventuras que puede traer", sugirió don Sebastián. Y así, comenzó a contarle sobre un ratón llamado Miguelito que vivía en un agujero de la pared de una gran cocina. Miguelito siempre encontraba deliciosos quesos y frutas, pero un día decidió no comer, porque quería ser como los humanos que a veces olvidan la comida por jugar.

"¿Y qué le pasó a Miguelito?", preguntó Valentina, intrigada.

"¡Oh! Miguelito se sintió muy débil y decidió que era hora de comer algo. Pero ¿dónde estaban los quesos? El gran gato, que siempre lo había estado vigilando, se había adueñado de la cocina. Miguelito tuvo que ser muy ingenioso y, después de varias aventuras emocionantes, logró recuperar su comida y aprender la importancia de alimentarse bien para tener energía".

Valentina escuchaba atentamente, y por un momento, se sintió como Miguelito. Así que, decidida a ser valiente como el ratón, le dijo a su mamá que quería probar un nuevo plato que había escuchado hablar: las empanadas.

"Mamá, quiero comer empanadas", dijo con una sonrisa. Su mamá se sorprendió, pero se puso muy contenta.

"¿Te gustaría ayudarme a hacerlas?", preguntó emocionada.

"¡Sí! ¡Me encantaría!"

Juntas, comenzaron a preparar la masa y a rellenar las empanadas. Valentina se sintió feliz y orgullosa de participar en la cocina. Cuando por fin probaron sus creaciones, Valentina dejó de lado sus dudas.

"¡Mmm! Son deliciosas, mamá!" Valentina sonrió mientras disfrutaba cada bocado.

"Ves, mi amor, la comida puede ser una aventura también", le dijo su mamá.

Unos días después, la maestra don Sebastián organizó un día de degustación en la escuela y cada niño debía traer su platillo favorito. Valentina decidió llevar empanadas.

"Chicos, estas son mis empanadas que hice con mi mamá", dijo Valentina con orgullo. Sus compañeros se asomaron con curiosidad y entusiasmo.

"¡Se ven riquísimas!", comentó Sofi.

Mientras todos probaban los alimentos que habían traído, Valentina se dio cuenta de que la comida podía unir a las personas, crear recuerdos y, sobre todo, ¡ser divertida!

Después del día de la degustación, Valentina comenzó a experimentar con nuevos ingredientes en la cocina junto a su mamá. No solo comía, sino que también disfrutaba el proceso de preparar comidas. Y así, Valentina se convirtió en la niña más feliz del pueblo, no solo porque comía bien, sino porque había descubierto una nueva pasión.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, pero la historia de Valentina y su amor por la comida apenas comenzaba.

Así, en su pueblo, se decía que Valentina no solo había aprendido a comer, sino a compartir, a jugar en la cocina y a hacer de la hora de la comida un momento especial donde todos se reían y disfrutaban juntos.

FIN.

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