La niña que quería visitar a su abuela
Había una vez una niña llamada Sofía que vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas y flores de todos los colores. Sofía adoraba a su abuela, que vivía al otro lado del bosque. Cada vez que le contaba historias sobre su infancia, los ojos de su abuela brillaban y su risa llenaba la habitación. Pero un día, la abuela le dijo a Sofía que estaba ocupada, porque tenía que preparar su jardín para la primavera.
Sofía, sintiéndose un poco triste, decidió que quería llevarle un regalo a su abuela: una hermosa flor que había visto en el pueblo. Así que se puso su sombrero favorito, tomó su canasta y salió de casa.
-Esta flor le encantará a mi abuela -pensó y comenzó a caminar hacia el bosque.
Mientras avanzaba, Sofía se encontró con un zorro que parecía tener un problema. Se había quedado atrapado en un arbusto espinoso.
-¡Ayuda! -gritó el zorro.
-¿Qué te pasó? -preguntó Sofía, acercándose cautelosamente.
-Intentaba alcanzar una deliciosa fruta, pero me quedé atrapado. ¿Podrías ayudarme? -suplicó el zorro.
Sofía dudó un momento. Ella quería ir a ver a su abuela, pero no podía dejar al zorro en problemas.
-De acuerdo, intentaré ayudarte -dijo finalmente. Con mucho cuidado, Sofía logró liberar al zorro de las espinas.
-¡Gracias, pequeña! -dijo el zorro, moviendo su cola con alegría. -Como muestra de gratitud, déjame acompañarte, así no te perderás en el bosque.
Sofía aceptó encantada. Juntos continuaron el camino, compartiendo historias y risas. De repente, escucharon un ruido extraño. Miraron y se encontraron con un árbol gigante que bloqueaba el camino.
-¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Sofía preocupada.
-No te preocupes. Tal vez podamos encontrar un camino alternativo. -dijo el zorro, animándola.
Sofía sonrió, sintiéndose alentada por su nueva amistad. Buscaron a su alrededor y encontraron un sendero que los llevó a un claro lleno de flores. Allí, se encontraron con una tortuga anciana que estaba intentando trasladar sus pequeños brotes de un lado a otro.
-Hola, pequeña. ¿Podrías ayudarme? -dijo la tortuga con voz pausada.
-Claro, ¿qué necesitas? -respondió Sofía.
La tortuga explicó que no podía hacerlo sola y que le encantaría que la ayudaran a llevar los brotes a un lugar más soleado. Sofía miró al zorro, que le hizo un gesto de apoyo.
-De acuerdo -dijo Sofía. Así que, con la ayuda del zorro, comenzaron a trasladar los brotes.
-¡Eres muy amable! -dijo la tortuga. -Gracias por ayudarme. Para recompensarte, aquí tienes una semilla. Cuando la plantes, crecerá una hermosa flor.
Sofía la aceptó muy agradecida. Finalmente, lograron ayudar a la tortuga y decidieron seguir su camino hacia la casa de la abuela. Al llegar al final del camino, Sofía y el zorro vieron que el sol comenzaba a bajar y su estómago le recordaba que tenía hambre.
-Estoy muy agradecida por tu compañía y ayuda -dijo Sofía al zorro. -Pero tengo que irme de aquí.
-Te acompañaré hasta la puerta de tu abuela -dijo el zorro con una sonrisa. Y así lo hizo.
Cuando llegaron, la abuela estaba esperando en la puerta, sorprendida de ver a Sofía y al zorro juntos.
-¿Quién es tu nuevo amigo? -preguntó la abuela.
-Soy el zorro que ayudó a Sofía a encontrar su camino -respondió el zorro, con orgullo.
La abuela sonrió y los invitó a entrar. Sofía le mostró la hermosa flor que había traído y la semilla que le había regalado la tortuga. La abuela se emocionó y abrazó a su nieta.
-Estoy tan orgullosa de ti, Sofía. No solo por ser amable, sino por ayudar a los demás en el camino. -dijo la abuela.
Esa noche, Sofía aprendió que ayudar a los demás no solo es gratificante, sino que también crea lazos de amistad y cariño. Y así, en el corazón de Sofía floreció no solo la semilla que plantó en su jardín, sino también un profundo amor por las aventuras y por ayudar a quienes lo necesitaban.
Y así, Sofía regresaba al pueblo, siempre lista para ayudar a los demás, con una flor en su mano y la satisfacción de haber hecho nuevos amigos en un bosque lleno de sorpresas.
FIN.