La niña sabia


María era una niña muy inteligente y curiosa. Siempre estaba dispuesta a aprender cosas nuevas y a compartir sus conocimientos con los demás.

Pero en su clase de tercer grado, nadie parecía interesado en lo que ella tenía que decir. Cada vez que María levantaba la mano para responder una pregunta o hacer un comentario, los demás niños la ignoraban o la interrumpían. A veces incluso se burlaban de ella por ser "la sabionda" de la clase.

Esto hacía que María se sintiera triste y sola. Un día, durante el recreo, María decidió sentarse en un rincón del patio a leer un libro sobre dinosaurios.

Mientras estaba absorta en su lectura, escuchó unos murmullos detrás de ella. -¿Qué hace esa tonta leyendo sobre bichos raros? -dijo una voz masculina. -Sí, es una nerd -respondió otra voz femenina-. Nadie quiere escucharla hablar todo el tiempo. María sintió cómo las lágrimas le picaban los ojos.

¿Por qué no podían dejarla tranquila? ¿Por qué tenían que hacerle sentir mal por ser diferente? De repente, alguien se acercó a ella y le tapó los ojos con las manos. -Adivina quién soy -dijo una voz amistosa.

María reconoció inmediatamente la voz de su mejor amiga Sofi. Sonrió aliviada y se quitó las manos de encima. -Hola Sofi -dijo-. Estoy leyendo sobre pterodáctilos voladores gigantes hoy. Sofi frunció el ceño y miró el libro con desinterés.

-¿No te aburres de leer siempre lo mismo? -preguntó. María se encogió de hombros. -No sé. Me gusta aprender cosas nuevas. Pero nadie quiere escucharme en clase.

Sofi la miró fijamente a los ojos y le dio un abrazo reconfortante. -A mí me gusta escucharte, María. Siempre aprendo algo nuevo contigo. ¿Por qué no intentas hablar con el maestro sobre esto? María asintió, animada por la idea de su amiga.

Al día siguiente, después de la clase de matemáticas, María se quedó unos minutos más en el aula para hablar con el maestro. -Señor -dijo tímidamente-. Quería preguntarle si podría ayudarme con algo.

El maestro dejó su pila de papeles y se acercó a ella con una sonrisa amable. -Claro que sí, María. ¿En qué puedo ayudarte? -Bueno... es que nadie me escucha en clase cuando hablo o respondo preguntas -explicó María-. Y eso me hace sentir mal y sola.

El maestro frunció el ceño, preocupado por lo que había escuchado. -Eso no está bien -dijo-. Todos merecen ser escuchados y respetados en esta clase.

Voy a hacer algunas actividades especiales para que todos puedan compartir sus ideas sin miedo al rechazo o al ridículo. Y así fue como el maestro organizó un debate sobre los dinosaurios para la próxima semana. Cada alumno tendría que investigar sobre una especie diferente y presentarla ante toda la clase.

Además, tendrían que hacer preguntas interesantes sobre las demás presentaciones y responderlas también. María estaba emocionada por la idea. Finalmente tendría una oportunidad de compartir sus conocimientos con los demás, sin miedo a ser ignorada o ridiculizada.

El día del debate llegó y María se levantó nerviosa para hablar sobre su pterodáctilo favorito. Pero esta vez, en lugar de murmullos o burlas, recibió aplausos y felicitaciones por su excelente presentación.

Después del debate, varios compañeros se acercaron a ella para preguntarle más detalles sobre los dinosaurios voladores gigantes. Y así fue como María descubrió que no era tan diferente de los demás después de todo. Todos tenían algo interesante que decir y aprender del otro.

Desde ese día en adelante, María ya no tenía miedo de hablar en clase ni sentirse mal si nadie la escuchaba. Sabía que siempre habría alguien dispuesto a prestar atención a lo que ella tenía que decir.

Y eso le hacía sentir muy feliz y segura cada vez que abría la boca para compartir sus ideas con el mundo.

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