La niña sin nombre y el puente de la amistad
Había una vez una niña que nunca había tenido un nombre. Nadaba entre las sombras de la ciudad, vagando sin rumbo, hasta que un grupo de personas la encontró. La niña, con ojos grandes y tristes, no comprendía el idioma que hablaban. Ella provenía de un lugar lejano, donde las palabras eran diferentes y el mundo se veía de otra manera.
- ¿Quién es esta niña? - preguntó una señora con un chal largo y colorido.
- No lo sé, pero debemos ayudarla - respondió un hombre con una gorra azul.
La niña fue llevada a un centro donde podía estar a salvo, pero pronto fue enviada a una escuela. Allí, en su primer día, se sintió muy sola. Todos los demás niños la miraban con curiosidad y empezaron a reírse cuando ella intentaba hablar.
- ¡Mirá cómo habla! - se burló uno de ellos.
- ¡No entiende nada! - agregó otro, riéndose.
La niña de los ojos tristes se encogió, sin saber qué hacer y queriendo regresar a su hogar. Pero todo cambió un día cuando un niño llamado Lautaro, que siempre había sido amable, se cayó mientras jugaba al fútbol.
- ¡Ayuda! - gritó Lautaro, mientras intentaba levantarse.
La niña, que había visto lo que sucedía, corrió hacia él. Sin importar el idioma, su corazón la guiaba. Ella lo ayudó a levantarse y lo llevó al banco del recreo.
- Gracias - dijo Lautaro, sonriendo.
- ¡Gracias! - replicó la niña, pronunciando algunas palabras en su idioma.
Desde ese día, Lautaro se convirtió en su amigo. Comenzó a enseñarle algunas palabras en español y a explicarle el significado de muchas cosas. Poco a poco, la niña encontró un lugar en la escuela y los otros niños empezaron a quererla.
- ¿Te gustaría jugar al fútbol con nosotros? - le preguntó Lautaro un día, mientras la acompañaba a la salida.
- ¡Sí!
- ¡Genial! ¡Vamos! - respondió Lautaro.
La niña se unió al juego y todos se sorprendieron por su habilidad. Era como si jugara con el viento. Desde entonces, ya no fue la niña sin nombre; la comenzaron a llamar —"Luz" porque iluminaba cada lugar al que iba.
Pasaron los días, y mientras la niña crecía en su nueva vida, un día apareció un hombre y una mujer en la escuela. Parecían nerviosos, pero llenos de amor.
- Estamos buscando a nuestra hija... - dijo la mujer, con lágrimas en los ojos.
- ¡Mamá!
La niña Luz corrió hacia ellos y, aunque no hablaban el mismo idioma, se abrazaron con fuerza.
- Por fin te encontramos - dijo el hombre, mientras sostenía la mano de la mujer.
Todos en la escuela observaron esta escena mágica. Luz había encontrado su familia, y aunque iba a regresar a su hogar, les había enseñado a todos una valiosa lección sobre la amistad y la diversidad.
- ¡Luz! ¡Te vamos a extrañar! - gritaron sus amigos mientras ella se alejaba con su familia.
- ¡Siempre estaré con ustedes en mi corazón! - contestó, sonriendo.
Así, Luz dejó su huella en la escuela y en los corazones de sus compañeros de clase, demostrando que no importa de dónde venimos, siempre podemos encontrar un lugar donde pertenecer si tenemos amor y amistad en nuestras vidas.
FIN.