La niña solitaria junto al árbol de su abuela



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y un cielo azul brillante, una niña llamada Clara. Era una niña curiosa y muy imaginativa, pero a menudo se sentía sola. Anhelaba tener amigos con quienes compartir sus sueños y aventuras. Su lugar preferido era un hermoso árbol de ciruelos que se encontraba en el jardín de su abuela, donde pasaba horas sentada en sus raíces, soñando y observando el cielo.

Una mañana, mientras Clara jugaba en el árbol, escuchó una voz suave.

"Hola, Clara. ¿Te gustaría jugar conmigo?"

Era un pequeño colibrí de plumaje brillante que había venido a posarse cerca de ella.

"¿Jugar? Pero, ¿cómo puedes jugar si eres un pájaro?"

Clara preguntó, intrigada.

"Porque puedo mostrarte los lugares más hermosos del mundo desde el aire. Ven, súbete a mi lomo y volaremos juntos."

Sin pensarlo dos veces, Clara no dudó en aceptar la invitación del colibrí. Se subió cuidadosamente y, con un zumbido rápido, el pájaro la llevó a sobrevolar el pueblo. Desde el aire, Clara podía ver todo: la plaza, la escuela, y los campos de flores que bordeaban el jardín de su abuela.

"¡Es tan hermoso! Nunca lo había visto así antes!" exclamó Clara con una gran sonrisa.

Sin embargo, al poco tiempo, de pronto una nube oscura cubrió el sol. Clara sintió un escalofrío, y el colibrí comenzó a descender rápidamente.

"Debemos volver. No es seguro volar cuando se acerca una tormenta."

Regresaron al árbol justo a tiempo, antes de que comenzara a llover. Clara se sintió decepcionada, pero el colibrí sonrió.

"¿Sabes? A veces, cuando las cosas no salen como uno espera, pueden traer algo bueno."

Clara miró al colibrí con curiosidad.

"¿Cómo?"

"La lluvia es esencial para que las plantas crezcan. Vamos a ver la magia de la naturaleza."

Y así fue. Cuando la lluvia cesó, ya estaba claro, y el sol se asomaba nuevamente. Clara salió del árbol y notó algo asombroso: el jardín de su abuela estaba lleno de charcos y un arcoíris se dibujaba en el cielo.

"¡Miralo! Nunca lo había visto tan brillante!" dijo Clara, maravillada por los colores.

Fue entonces que Clara comprendió que incluso las tormentas tienen su propósito. Y en ese instante, el colibrí la miró y le dijo:

"¿Ves? La belleza a menudo sigue a los momentos difíciles. Hay que buscarla, siempre."

El tiempo pasó y Clara comenzó a explorar más su entorno. Hizo un pequeño «club de científicos» con los niños del vecindario. Empezaron a descubrir juntos la flora, la fauna y la importancia de cuidar la naturaleza.

En una de sus reuniones, Clara recordó al bosquecillo que había cerca del árbol de su abuela.

"¿Querés que hagamos una expedición al árbol de ciruelos? Siempre he querido saber qué hay detrás de él. ¡Podríamos ver muchos pájaros!"

Los otros niños, entusiasmados por la idea, aceptaron sin dudarlo. Y así, Clara lideró a sus nuevos amigos con un mapa que dibujó sobre la tierra.

Finalmente, llegaron al árbol, y Clara, orgullosa, les mostró su refugio especial. Estaban todos tan emocionados.

"¡Miren cuántas flores hay! ¿Se imaginan qué pájaros pueden venir a visitarnos?"

En ese instante, el colibrí apareció nuevamente, y ahora no estaba solo. Traía consigo a otros pájaros que habían llegado atraídos por la alegría de los niños.

"Veo que ya no estás sola, Clara. Esta es la magia de compartir. Hay belleza en la compañía."

Clara miró a sus amigos y sonrió.

"¡Sí! Nunca podré olvidarlo. Gracias, amigo colibrí."

Así, día tras día, los niños se reunieron en el gran árbol de ciruelos, y empezaron a cuidar el jardín de la abuela de Clara. Sembraron flores, regaron plantas, y descubrieron juntos el maravilloso mundo que tenía para ofrecerles la naturaleza. Clara ya no era la niña solitaria; se había convertido en una líder, una amiga y una protectora del árbol.

Con el tiempo, el árbol floreció como nunca, siendo un símbolo de amistad y aventura. Y siempre que veían volar al colibrí, revivían el recordatorio de que la búsqueda de la belleza se encuentra en compartir y cuidar lo que amamos. Y así, la niña solitaria había hallado no solo amigos, sino un propósito en el corazón de la naturaleza y la amistad.

Y, por supuesto, el colibrí siempre estaba cerca, recordándoles que el amor y la alegría alegran el alma. Todos aprendieron que juntos podían enfrentar cualquier tormenta y que, después de ella, siempre vendría un hermoso arcoíris.

FIN.

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