La niña y el erizo



Había una vez una niña llamada Sofía, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de verdes praderas y altos árboles. Sofía era curiosa y siempre andaba explorando la naturaleza a su alrededor. Un día, mientras caminaba por el bosque en busca de flores, se topó con un pequeño erizo escondido entre las hojas.

- ¡Hola! - dijo Sofía, agachándose para mirar al erizo. - ¿Por qué estás tan solo por aquí?

El erizo, que se llamaba Lucas, la miró con sus ojos chispeantes y respondió:

- Me llamo Lucas. Es que me siento un poco diferente a los demás animales. Todos se burlan de mis púas y no quieren jugar conmigo.

Sofía sintió pena por Lucas y decidió que quería ser su amiga.

- ¡No te preocupes! - exclamó Sofía. - A mí me encantan tus púas. Son como un abrigo especial. Vamos a jugar juntos.

Lucas sonrió tímidamente mientras Sofía comenzaba a correr y a saltar alrededor de él. Jugaron a las escondidas entre los arbustos y, para sorpresa de Lucas, ¡a nadie le importaban sus púas! Después de jugar un rato, Sofía le dijo:

- Vamos a hacer una carrera hasta aquel árbol grande.

- ¡Genial! - respondió Lucas, emocionado. - Pero creo que no puedo correr tan rápido como vos.

- Eso no importa. Lo importante es divertirse. ¡A la cuenta de tres! Uno, dos, ¡tres!

Ambos comenzaron a correr. Lucas se dio cuenta de que aunque era pequeño y tenía púas, podía correr con todas sus fuerzas. Al llegar al árbol, Sofía lo abrazó con alegría.

- ¡Lo hicimos! - gritó.

- ¡Sí! Nunca pensé que podía correr tan rápido - dijo Lucas, todavía sorprendido.

Pero entonces, algo extraño sucedió. En ese momento, un grupo de animales se acercó, incluidos un conejo, un pato y un pajarito. Todos se estaban riendo de Lucas.

- ¿Vieron a Lucas? - dijo el conejo, riendo. - ¡Con esas púas nunca podrá jugar con nosotros!

Lucas se sintió triste otra vez. Sofía, al ver la situación, no dudó en intervenir.

- ¿Saben qué? - dijo. - Lucas es especial. Sus púas lo protegen de los peligros, y además, ¡es el mejor compañero de juegos del mundo!

Los animales se quedaron en silencio, sorprendidos por la valentía de Sofía. Ella continuó:

- Jugar no se trata de ser igual a los demás, sino de disfrutar y compartir momentos. Así que si no lo aceptan, yo no jugaré con ustedes.

Los animales se miraron entre sí, confundidos. El pato, que siempre había sido muy curioso, se acercó a Lucas.

- ¿Podemos intentarlo otra vez? - preguntó el pato. - Quizás podamos jugar un juego especial en el que todos participemos.

- Claro - respondió Sofía, entusiasmada - ¿Por qué no jugamos a "Equilibrio en la cuerda"? Lucas puede mostrar su habilidad para equilibrarse.

Lucas, que nunca había pensado que sus púas le ayudarían, se sintió emocionado. De repente, tuvo una idea y dibujó una línea en el suelo con una ramita.

- ¡Miren! - exclamó Lucas. - Voy a intentar cruzar esta línea. ¡Si lo logro, todos deben intentarlo!

Con un profundo suspiro, Lucas se concentró y caminó sobre la línea, moviéndose de lado a lado, ¡y lo logró! Todos los animales aplaudieron.

- ¡Bien hecho, Lucas! - gritaron emocionados.

Ahora era el turno del conejo. Cruzó la línea, pero se tambaleó. El pajarito intentó volar sobre la línea, pero se asustó y se cayó. Pronto, todos estaban riendo, intentando y ayudándose entre sí.

Sofía sonrió al ver cómo todos se unieron, incluso el conejo y el pato. Al final del día, Lucas se sintió más feliz que nunca.

- Gracias, Sofía. Me has demostrado que ser diferente es lo que hace especial a cada uno de nosotros.

- Y nunca olvides, Lucas - respondió ella con una gran sonrisa - cada uno tiene su lugar en este mundo, ¡y tú eres increíble tal como eres!

Desde entonces, el grupo de animales y Sofía jugaron todos los días juntos, aprendiendo unos de otros, valorando la diversidad y la amistad. Lucas ya no se sentía raro, sino que se dio cuenta de que sus púas eran solo una parte más de su gran personalidad. El bosque se convirtió en un lugar de risas y aventuras, gracias a la valentía de una niña y la aceptación de un erizo.

Y así, Sofía y Lucas demostraron que la verdadera amistad no se mide por las apariencias, sino por el cariño y el respeto que se tienen. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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