La Noche de Halloween y la Casa Embrujada



Era una noche oscura y misteriosa de Halloween. Las calles estaban iluminadas con calabazas talladas y adornos espeluznantes. Emi, Santi y Pedro se habían disfrazado para la ocasión: Emi era una enredadera mágica, Santi un valiente guerrero y Pedro un simpático fantasma.

-Esta noche hay que ser valientes -dijo Santi con determinación, mientras ajustaba su espada de juguete.- ¿Listos para la aventura?

-Sí, pero que sea divertida, ¿eh? No quiero encontrarme con un verdadero fantasma -respondió Pedro, asustándose un poco.

-¡Tranquilo! Los fantasmas no existen, solo son parte del juego -dijo Emi, sonriendo mientras movía sus ramas verdes de disfraz.

Los tres amigos decidieron visitar la casa embrujada de Doña Agustina, una anciana que vivía al final de la calle. Era un lugar famoso por sus historias de terror, pero también por su jardín lleno de flores hermosas.

Cuando llegaron a la casa, la puerta chirrió ominosamente.

-¿Entramos? -preguntó Santi, mirando a sus amigos.

-¡Claro! ¡Esto es Halloween! -gritó Emi, empujando suavemente la puerta.

A medida que cruzaban el umbral, un aire fresquito llenó el ambiente. La casa estaba decorada con telarañas de mentira y figuras tétricas que no parecían tan amenazadoras.

-¡Mirá! Una escalera hacia el segundo piso -dijo Pedro, señalando hacia arriba.

-Subamos, ¡vamos! -exclamó Emi, emocionada.

Cuando llegaron arriba, encontraron una puerta cerrada.

-¿Creen que debemos abrirla? -preguntó Santi, un poco nervioso.

-Démosle una oportunidad, ¿qué es lo peor que puede pasar? -dijo Emi, decidida.

Con un empujón, la puerta se abrió de golpe, revelando una habitación llena de juguetes antiguos. Sorprendidos, los tres amigos entraron.

-¡Qué lugar tan raro! -dijo Pedro, observando un oso de peluche desgastado en una esquina.

-Mirá este trompo, ¡puede ser divertido! -señaló Santi, girándolo en el suelo.

De repente, el trompo comenzó a girar más rápido de lo que debería. Un brillo raro emergió de él y, de pronto, la habitación se llenó de risas y colores. Los juguetes cobraron vida, y comenzaron a bailar alrededor de los amigos.

-¿¡Qué es esto! ? -gritó Pedro, mientras esquivaba a un muñeco que iba corriendo.

-¡Es mágico! -exclamó Emi, saltando de alegría. – ¡Debemos quedarnos y jugar!

Los tres se unieron a la danza. Las risas y la música llenaron el aire, y por un momento se olvidaron de sus miedos.

Sin embargo, pronto notaron que los juguetes estaban tristes.

-¿Por qué están tan tristes? -preguntó Santi, acercándose a un muñeco que parecía muy melancólico.

-Es porque nadie juega con nosotros desde hace mucho tiempo -dijo el muñeco con voz suave.

-¡Eso no está bien! -exclamó Emi. – Todos merecen jugar y ser felices.

-Mmm, ¿qué tal si hacemos una fiesta de Halloween para ustedes? -sugirió Pedro, entusiasmado.

-¡Sí! ¡Eso sería genial! -dijo Santi, entusiasmándose también.

Y así fue como los tres amigos comenzaron a organizar una fiesta. Decoraron la habitación, llenaron de dulces y jugaron con los juguetes. La risa se apoderó de la casa y, por primera vez en años, los juguetes sintieron lo que era la alegría de tener compañía.

Pero a medida que la noche avanzaba, comenzaron a despedirse de los amigos juguetones. La magia se desvanecía lentamente.

-Gracias por hacer que este Halloween sea el mejor de todos -dijo el muñeco, mientras sus ojos brillaban con gratitud.

-¡Siempre los recordaremos! -exclamaron Emi, Santi y Pedro al unísono.

Salieron de la casa, sonriendo y con el corazón lleno de alegría. Sabían que había sido más que una aventura: habían hecho nuevos amigos y aprendido la importancia de compartir la felicidad.

-¿Deberíamos volver el año que viene? -preguntó Pedro mientras caminaban de regreso a casa.

-¡Por supuesto! -respondió Emi. – ¡Vamos a hacerles una fiesta cada Halloween!

Y así, los tres amigos entendieron que la verdadera magia de Halloween no era el miedo, sino la amistad y el compartir momentos especiales con quienes nos rodean.

FIN.

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