La Noche de las Brujas Generosas
Era una noche mágica en el pequeño pueblo de Ternura. Los niños se preparaban para salir a buscar dulces, pero algo raro estaba a punto de suceder. En la colina, donde solían contarse historias de brujas, dos ancianas brujas llamadas Matilda y Elvira se reunieron en su cabaña.
"Matilda, ¿te acordás de cuando éramos jóvenes y hacíamos travesuras en Halloween?" - dijo Elvira mientras removía un caldero burbujeante.
"Sí, claro, Elvira. Pero hoy no tenemos ganas de asustar a los chicos. Este año quiero hacer algo diferente. La verdad es que siempre hemos tenido tantos dulces y nunca se los damos a nadie" - respondió Matilda pensativa.
Las brujas miraron por la ventana y vieron a niños disfrazados riendo y correteando por las calles. Elvira tuvo una idea brillante.
"¿Y si llenamos nuestra casa de dulces y los invitamos a que vengan?" - propuso emocionada.
"Eso suena genial, pero necesitaríamos conseguir muchos, muchos dulces. ¡A volar!" - exclamó Matilda.
Y así, montándose en sus escobas, las brujas volaron sobre el pueblo. Pasaron por todas las casas que estaban preparando golosinas para los niños y, usando un poco de magia, comenzaron a llenar cestas y cestas con caramelos, chocolates y galletitas. Nadie las vio; sólo un suave murmullo de viento se sentía en el aire.
Cuando terminaron, la cabaña de las brujas estaba llena de dulces.
"¡Qué rico se ve todo esto!" - dijo Elvira mientras acariciaba sus nuevas adquisiciones.
"Ahora tenemos que invitar a los chicos. Debemos enviarles una señal" - sugirió Matilda.
Con un movimiento de su varita, Matilda hizo que sobre la cabaña apareciera un enorme cartel de caramelos brillando en la noche. Dijo: "¡Ven a nuestros dulces!".
Los niños, al ver el curioso cartel, sintieron una mezcla de intriga y emoción.
"¿Eso no es una trampa?" - cuestionó Pedro, un niño de siete años.
"No lo sé, pero son dulces, ¡tenemos que ir!" - respondió Sofía, la más aventurera del grupo.
Finalmente, un grupo de niños se acercó a la cabaña con cautela. Al llegar, encontraron a Matilda y Elvira esperándolos en la puerta, con una amplia sonrisa.
"¡Bienvenidos, pequeños! Nos alegra que hayan venido. Aquí hay dulces para todos ustedes. ¡Tomen, tomen!" - dijo Matilda generosamente.
Los niños estaban asombrados.
"¡Esto es increíble! ¿De verdad son para nosotros?" - preguntó Juan con los ojos bien abiertos.
"Claro que sí. Este año queremos compartir con aquellos que lo necesitan, así que todos pueden llevarse lo que quieran" - respondió Elvira.
Pero a medida que los niños llenaban sus bolsas con dulces, un grupo de chicos se acercó, los más tímidos y con menos disfraces. Matilda se dio cuenta de ellos y, con un gesto de su mano, hizo que aparecieran más dulces.
"¡Venid, amigos! También hay para ustedes" - agregó Elvira.
Los niños tímidos, sorprendidos por la bondad de las brujas, se acercaron.
"¡Gracias! No tenemos muchos caramelos porque no tenemos padres que salgan a comprarlos" - confesó una niña llamada Clara.
Sorprendidas por la respuesta, las brujas sonrieron aún más.
"Eso no importa - dijo Matilda - Hoy estamos aquí para compartir y hacernos amigos. Aquí tienen, llévense todo lo que quieran".
La risa y la alegría llenaron la cabaña. Los niños bailaron, jugaron y compartieron historias con las brujas. La noche pasó volando y llegó el momento de despedirse.
"Gracias, brujas. Nunca pensamos que Halloween podría ser tan especial" - dijo Sofía alzando su bolsa de golosinas.
"Siempre que compartimos, la magia sigue viva. ¡Feliz Halloween!" - respondió Matilda mientras las brujas se despachaban.
Esa noche, muchos niños regresaron a sus casas con sus bolsitas llenas y el corazón aún más lleno. Aprendieron que las brujas no siempre son malas y que la verdadera magia viene de compartir y cuidar a los demás.
Así, desde aquel Halloween, el pueblo de Ternura celebraba cada año una reunión en la cabaña de las brujas, donde la generosidad y la amistad reinaban en la Noche de las Brujas Generosas.
FIN.