La noche de las linternas



Era una noche tranquila en el pueblo de Luzville, conocido por su falta de misterios. Sin embargo, los niños del lugar siempre buscaban aventuras. Un grupo de cuatro amigos: Tomás, Valentina, Lucas y Sofía, decidieron explorar el bosque cercano, que contaba con un montón de leyendas que decían que estaba habitado por criaturas extrañas.

-Tenemos que ir a la cueva de las sombras -dijo Tomás, con su linterna brillando en la oscuridad.

-No, ¡más bien a la colina de las luciérnagas! -se opuso Valentina, recordando que era un lugar mágico.

Los amigos comenzaron a discutir, pero Lucas tuvo una idea brillante para llevar a todos de acuerdo.

-Tal vez podamos hacer un viaje combinado. Primero vamos a la colina de las luciérnagas y luego a la cueva de las sombras. ¡Así veremos la belleza y el misterio en una sola noche! -propuso.

Sofía, siempre la más tímida del grupo, se animó al escuchar la propuesta.

-Me parece perfecto. ¡Una aventura por partida doble! -dijo, mientras sujetaba su linterna con más fuerza.

Así, con un plan decidido, los cuatro amigos empezaron su travesía hacia la colina, donde las luciérnagas iluminaban el camino como pequeños fuegos artificiales. Se detuvieron a recoger flores, reír y disfrutar del espectáculo natural.

-¡Miren cuántas luciérnagas hay! -exclamó Valentina, tratando de atraparlas con sus manos.

Sin embargo, empezaron a notar que el cielo había oscurecido rápidamente y el viento soplaba con más fuerza.

-¿No creen que debería ser hora de ir a la cueva? -dijo Tomás, con un tono un poco más serio.

Los amigos acordaron que ya era el momento de dirigirse a la misteriosa cueva. Al llegar, la entrada era oscura y parecía profundamente silenciosa. Sin embargo, entre la oscuridad, los niños comenzaron a escuchar un susurro suave, que decía:

-¡Souuuuuuuud! -el eco resonó y llenó la cueva.

-¿Escucharon eso? -preguntó Lucas, apretando la mano de Sofía.

-Sí, parece que alguien está llamando -respondió Sofía, sin poder ocultar su inquietud.

De pronto, una sombra apareció a la entrada de la cueva. Los cuatro amigos se asustaron mucho, pero Sofía, siempre la más curiosa, dio un paso adelante y, con su linterna, iluminó la sombra. Para su sorpresa, era un pequeño búho, que parecía estar atrapado.

-¡Pobre búho! -exclamó Valentina, conmovida.

-Tenemos que ayudarlo -dijo Tomás, sintiéndose bravucón.

Empezaron a acercarse al búho, que tenía una rama enredada en sus patas. Mientras intentaban liberarlo, el búho les agradeció con un parpadeo de ojos grandes y amables.

-¡Gracias, pequeños humanos! -dijo el búho, sorprendiéndolos aún más al hablar.

-¡Habla! -gritó Lucas, asombrado.

-Sí, he estado atrapado aquí por un tiempo, y solo un acto de valentía podría salvarme. Les estoy muy agradecido, y a cambio les daré un regalo. -El búho extendió sus alas y un brillo dorado iluminó la cueva por un instante.

De repente, el búho se transformó en una luz brillante, llenando la cueva con destellos de colores.

-Estos son los deseos de valentía y amistad que han demostrado hoy. Cada vez que necesiten luz en sus vidas, recuerden que los amigos son el faro que ilumina los momentos oscuros -dijo mientras volaba hacia el cielo estrellado.

Atónitos, los amigos se miraron entre sí, dándose cuenta de que esa aventura no solo les había traído un mensaje de valentía, sino que también reforzó su amistad. Abandonaron la cueva, el viento había cesado y las luciérnagas ahora parecían más brillantes que nunca.

-Tenemos que contarle esto a todos en Luzville -dijo Sofía.

Sí, porque no se trató de un cuento de terror, sino de un recordatorio de que, a veces, lo desconocido puede dar miedo, pero la amistad y el apoyo mutuo siempre nos guiarán hacia la luz.

Y así, regresaron a su pueblo, ríendo y compartiendo su historia, confiando en que siempre, juntos, encontrarían el camino correcto.

FIN.

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