La noche de los cuentos perdidos



Era una noche oscura y tranquila en el pequeño pueblo de Valle Escondido. Los niños, despiertos en sus camas, no podían dormir, pues ese era el día en que el anciano don Mateo contaba historias en la plaza del pueblo. Todos los viernes a la noche, don Mateo relataba cuentos fascinantes, pero esa noche en especial había algo diferente en el aire.

Mientras los niños se reunían, sus murmullos llenaban el ambiente de emoción. La luna brillaba intensamente, iluminando las caras curiosas de los pequeños.

"¿Qué cuento nos contará hoy?" - preguntó Lucas, un niño valiente de cabellos rizados.

"¡Espero que sea uno de monstruos!" - exclamó Sofía, su amiga, con ojos brillantes de expectación.

Don Mateo apareció, su figura un tanto encorvada, pero con una sonrisa que invitaba a acercarse. Les hizo una señal para que se sentaran en círculo bajo el gran árbol del pueblo.

"Esta noche, les contaré la historia de los cuentos perdidos. Pero tengan cuidado, porque algunos de ellos tienen vida propia" - advirtió el anciano.

Los niños se miraron, intrigados.

"¿Cuentos que tienen vida?" - preguntó Tomás, el más pequeño del grupo.

"Así es, pequeños. A veces, los cuentos se atormentan si nadie los cuenta. Una vez, había un libro mágico que contenía historias que se esfumaban en la oscuridad si no se les daba voz. Un grupo de niños decidió rescatar esos relatos, pero tuvieron que enfrentarse a sus miedos para hacerlo."

Los ojos de los niños se agrandaron.

"¿Qué hicieron?" - preguntó Sofía.

"Recorrieron bosques oscuros y pasillos de sombras. Cada uno enfrentó algo que le daba miedo; uno vio un monstruo bajo su cama, otro escuchó ecos de risas perdidas... Pero al final, descubrieron que sus miedos eran solo cuentos que ellos mismos habían creado. Al compartirlos, los miedos se desvanecían."

La historia era cautivadora. Don Mateo continuó:

"Cuando el último cuento fue contado, el libro se iluminó y las historias volvieron a ser felices, llenas de risa y amor. Los niños nunca olvidaron lo que habían aprendido: que el verdadero miedo se disipa cuando se comparte."

Los chicos aplaudieron emocionados, y Sofía tuvo una idea.

"¡Podríamos hacer nuestra propia aventura!" - dijo.

Lucas se animó:

"Sí, vamos a contar nuestros miedos y juntos los haremos desaparecer. ¡Mañana lo haremos en el parque!"

"¡Sí!" - gritaron todos juntos, llenos de entusiasmo.

Mientras se despedían y regresaban a sus casas, la luna parecía brillar aún más, como si aprobara su decisión. Desde esa noche, los niños de Valle Escondido se reunían cada semana para compartir no solo cuentos, sino también sus miedos, transformándolos en risas y aventuras. Nunca más los dejaron que se perdieran en la oscuridad.

Y así, el pueblo aprendió que los cuentos, aunque una vez perdidos, pueden recuperarse con valentía y, sobre todo, con amistad.

¡Y colorín colorado, este cuento ha terminado!

FIN.

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