La Noche de los Susurros



Era un día lluvioso en el pequeño pueblo de Rincón Alegre. La familia Martínez se preparaba para la noche. La mamá, Elena, estaba en la cocina, mientras que papá, Carlos, leía un libro en la sala. Los pequeños, Sofía y Lucas, jugaban en el piso del living.

- ¡Mamá, vení a jugar con nosotros! - gritó Lucas, emocionado.

- Esperen un momento, chicos. Solo termino de preparar la cena - respondió Elena, con una sonrisa.

De repente, un rayo iluminó la habitación, y Sofía se abrazó de su hermano.

- ¡Me da miedo! - dijo Sofía con voz temblorosa.

- No es nada, solo es un poco de agua. - Lucas intentó consolarla.

Cuando la cena estuvo lista, la familia se sentó a la mesa. Mientras comían, un sonido extraño resonó en el aire. Era un susurro. Todos se miraron con curiosidad y un poco de miedo.

- ¿Escucharon eso? - preguntó Carlos, sorprendido.

- ¡Sí! - dijo Sofía con ojos grandes. - Suena como… como si alguien hablara.

- Tal vez sea el viento - dijo Elena, tratando de restar importancia.

Pero los susurros seguían. Los niños, intrigados, comenzaron a hacer preguntas.

- ¿Qué será eso, papá? - preguntó Lucas.

- No lo sé, pero tengo una idea. ¿Qué tal si vamos a investigar? - propuso Carlos, con una chispa de aventura en sus ojos.

Los niños se miraron, emocionados.

- ¡Sí! - gritaron al unísono.

Así que después de cenar, los Martínez decidieron salir al jardín. La lluvia había cesado y la luna brillaba entre las nubes. A medida que se acercaban al árbol más grande del patio, los susurros se volvían más claros. Sofía, un poco asustada, se agarró de la mano de Lucas.

- ¿Y si hay un fantasma? - murmuró ella, con un intento de hacer una voz valiente.

- ¡Fantasma! - rió Lucas. - No hay nada de qué preocuparse. Es solo el viento.

Pero justo cuando llegaban al árbol, escucharon un grito suave.

- ¡Ayuda! - era una voz tenue que parecía venir de dentro del tronco.

- ¿Quién está ahí? - preguntó Carlos, sintiendo una mezcla de preocupación y curiosidad.

- Yo soy el Guardián del Bosque - dijo la voz. - He estado atrapado por muchos años. Solo un acto de valentía puede liberarme.

- ¿Acto de valentía? - Sofía preguntó, con un brillo de esperanza en sus ojos.

- Sí - continuó la voz. - Deben encontrar el corazón del bosque. Está escondido en un lugar donde la luna brilla con más fuerza.

- ¡Vamos a buscarlo! - exclamó Lucas, lleno de energía.

Los niños, guiados por la voz mágica, comenzaron a explorar. A medida que se aventuraban más lejos, encontraron senderos que nunca habían visto antes. En su camino, se toparon con criaturas del bosque que los ayudaban y les daban pistas.

- ¡Allí está! - gritó Sofía al llegar a un claro iluminado por la luna.

En el centro del claro había un gran cristal luminoso. Pero un ratón guardián estaba ahí vigilando.

- ¿Por qué deberían llevárselo? - preguntó el ratón, mirándolos con suspicacia.

- Porque queremos ayudar al Guardián del Bosque - explicó Lucas, entusiasmado.

El ratón los observó y luego sonrió.

- Solo los que son verdaderamente valientes pueden llevarse el corazón. ¿Qué harían si tuvieran el poder de ayudar a otros?

Sofía pensó un momento y respondió:

- ¡Ayudar a nuestros amigos! - fue su respuesta.

El ratón se conmovió y les permitió llevarse el cristal. Con el corazón en mano, los niños corrieron de regreso al árbol.

- ¡Lo tenemos! - gritaron.

Y una luz brillante emergió del cristal, iluminando a todos alrededor. La voz volvió a hablar: - Gracias, niños. ¡Ahora soy libre! - Al decir esto, un hermoso hada apareció ante ellos, brillando como la luna misma.

- ¡Gracias! - dijo el hada, antes de desaparecer en una nube de polvo dorado.

Los niños bailaron de alegría, gritando de felicidad.

- ¡Hicimos algo bueno! - dijo Lucas.

- ¡Sí! Y además, tenemos una aventura increíble que contar - añadió Sofía.

Así, la familia regresó a casa, y esa noche, las risas llenaron el aire mientras compartían su historia. A partir de ese día, cada vez que escuchaban un susurro, sonreían recordando el guardián del bosque y su mágico corazón.

Fin.

FIN.

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