La Noche de los Susurros



Era una tarde oscura en el pequeño pueblo de Villa Sombría. Cuatro amigos inseparables, Tomás, Valentina, Lucas y Sofía, decidieron explorar la misteriosa ciudad abandonada que se encontraba a las afueras del pueblo. Se decía que, por las noches, los ecos de risas de antiguos habitantes todavía resonaban entre las ruinas.

"¿Están listos para la aventura?", preguntó Valentina con emoción.

"¡Listos!", respondieron al unísono Lucas y Sofía, mientras Tomás intentaba no mostrar el miedo que sentía.

Al llegar a la ciudad, el viento aullaba de una forma inquietante, casi como si estuviera tratando de advertirles. Las sombras se alargaban y, aunque era de día, un escalofrío recorría sus espinas.

"Es solo el viento", trató de calmar a sus amigos Tomás, aunque no estaba del todo convencido.

Mientras exploraban, encontraron un viejo parque con columpios que se movían a pesar de que no había viento. La risa de un niño resonó en la lejanía.

"¿Escucharon eso?", preguntó Sofía, con la voz temblorosa.

"Es solo nuestra imaginación", dijo Lucas, pero su rostro mostraba la misma inquietud.

De repente, apareció una figura oscura entre los árboles. Sus ojos brillaban como dos faros en la oscuridad.

"¡Corran!", gritó Valentina, y todos se precipitaron hacia la salida, pero no podían encontrar el camino de regreso. La figura los seguía, susurros llenaban el aire.

Pasaron por un callejón estrecho, lleno de ecos y sombras. La figura se acercaba cada vez más, y los amigos sabían que debían hacer algo. Dentro de ellos brotó la necesidad de mantenerse unidos, de recurrir a la amistad para superar ese momento aterrador.

"¿Qué hacemos?", preguntó Tomás, asustado.

"Debemos recordar por qué estamos aquí juntos", dijo Valentina. "Nuestra amistad puede darnos la fuerza necesaria para enfrentar lo que sea que esté persiguiéndonos".

Sofía, en medio del miedo, levantó una mano.

"Claro, ¡no estamos solos! ¡Nos tenemos los unos a los otros!".

Lucas sonrió, sintiendo cómo el miedo se desvanecía un poco. Juntos, comenzaron a caminar hacia la figura que les había causado tanto terror.

"¡No tienes poder sobre nosotros!", gritó Valentina.

La figura se detuvo y, a medida que se acercaban, comenzaron a ver su verdadero rostro: un anciano con una sonrisa triste y ojos apagados.

"Solo quería que recordaran lo valioso que es enfrentar sus miedos", susurró el anciano. "Este lugar está lleno de recuerdos de quienes eran felices. Pero, la paz está en aprender a dejar atrás lo que los aterra y recordar a los que han querido".

Los amigos se miraron, entendiendo que su amistad era el verdadero tesoro de esa aventura. El anciano desapareció en una nube de niebla, llevándose los ecos de miedo con él.

"Hicimos bien en mantenernos juntos", dijo Tomás, sintiéndose aliviado.

A medida que el sol comenzaba a ponerse, los cuatro amigos salieron de la ciudad con el corazón más ligero. Se habían enfrentado a algo aterrador, pero lo habían superado aprendiendo el valor de la paz y la amistad.

Desde ese día, cada vez que pensaban en su aventura, lo hacían con una sonrisa, sabiendo que el verdadero poder estaba en estar unidos y en dejar atrás el miedo para recibir la paz en su corazón.

FIN.

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