La Noche del Diablo



Era una noche oscura en el pequeño pueblo de La Esperanza. Los niños solían hablar de una leyenda que decía que cada año, en la noche del 31 de octubre, el Diablo bajaba de las montañas para causar travesuras. Sin embargo, para los niños valientes, era la noche perfecta para demostrar su valentía.

Un grupo de cuatro amigos: Sofía, Lucas, Tomás y Valentina, decidieron que esta sería la noche en la que enfrentarían al famoso Diablo. Plenamente decididos, se reunieron en la casa de Tomás, donde habían preparado bocadillos y un montón de linternas.

"No puedo creer que estemos haciendo esto", dijo Sofía, mientras encendía su linterna.

"¡Es solo una historia!", respondió Lucas, con el pecho lleno de orgullo. "No tengo miedo de un cuento viejo".

"Yo tampoco", añadió Valentina, aunque su voz sonaba un poco temblorosa. "Pero, ¿y si realmente aparece?".

"Eso sería increíble", dijo Tomás, extraño entusiasmo en su mirada. "Podríamos tomarle una selfie".

Los cuatro amigos salieron de la casa y adentraron en el bosque que rodeaba el pueblo. Mientras caminaban, comenzaron a escuchar ruidos extraños. Eran ramas crujientes y hojas susurrando, pero su imaginación comenzó a volar.

"¿Escucharon eso?", preguntó Sofía, arqueando una ceja.

"Era solo un búho", replicó Lucas, aunque no estaba tan seguro.

"O quizás el Diablo viene por nosotros", bromeó Tomás, recompensando su propio comentario con una carcajada que resonó en la oscuridad.

Más adelante, se topan con una cueva pequeña y misteriosa.

"Miren eso", señaló Valentina. "Deberíamos entrar".

"¡Estás loca!", exclamó Sofía, retrocediendo un paso.

"Pero si no lo hacemos, nunca sabremos si es verdad", dijo Lucas, animándolos.

Con un poco de duda, pero lleno de curiosidad, el grupo decidió entrar en la cueva. En su interior, descubrieron dibujos antiguos en las paredes que parecían contar la historia del Diablo, no como un ser maligno, sino como un antiguo guardián que había decidido marcharse.

"No se ve tan malo", murmuró Valentina, observando un dibujo de una figura feliz rodeada de animales.

"Tal vez solo quería jugarnos una broma", sugirió Tomás, evaluando los dibujos.

"¿Y si el Diablo no es lo que pensamos?", preguntó Sofía, comenzando a dudar de los relatos que había escuchado toda su vida.

De repente, un viento frío sopló por la cueva, haciendo temblar las linternas. Asustados, los amigos retrocedieron, pero vieron que una sombra misteriosa los observaba desde la entrada. Se paralizaron, imaginando que era el Diablo, pero al salir de la cueva, descubrieron que no era un demonio espantoso, sino un pequeño zorro con una mirada curiosa.

"¡Es solo un zorro!", gritó Lucas, su risa resonando en la noche.

"¡Pero miren lo expresivo que es!", dijo Valentina.

"Si el Diablo era así de amistoso, ¡quizás no deberíamos haberle tenido miedo!", reflexionó Sofía.

Mientras reían y disfrutaban de su encuentro con el zorro, la noche comenzó a despejarse, y el cielo se llenó de estrellas resplandecientes. De repente, los amigos se dieron cuenta de que el miedo que habían sentido no era más que su imaginación.

"A veces, lo que tememos no es tan aterrador como pensamos. Quizás solo necesita ser comprendido", dijo Sofía.

"Exacto. Cada historia tiene dos lados", añadió Lucas.

"La próxima vez, vamos a hacer una aventura juntos en lugar de asustarnos", concluyó Tomás, sonriendo ampliamente.

Así, esa Noche del Diablo se convirtió en una experiencia inolvidable para los cuatro amigos. Regresaron al pueblo con la certeza de que la valentía no era la ausencia de miedo, sino la decisión de enfrentar lo desconocido. Y desde esa noche, cada 31 de octubre, los cuatro amigos no volvían a hablar del Diablo como un ser temido, sino como un símbolo de curiosidad y amistad.

FIN.

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