La noche en la Casa de los Murciélagos



Era una noche oscura y tormentosa, y yo, Lucas, me encontraba sentado en la sala de mi abuela, con un viejo libro de cuentos de terror en las manos. Al pasar las páginas, me encontré con una historia que decía que en el barrio, había una casa abandonada habitada por murciélagos. Aquel relato me atrapó tanto que decidí investigar. "¿Te gustaría ir a esa casa abandonada?" - le pregunté a mi mejor amigo, Tomás. "¡Tienes que estar loco! ¡Es peligrosa!" - respondió él, temblando un poco. Pero después de un rato, Tomás decidió acompañarme, tal vez intrigado por la aventura.

A las once de la noche, armados con una linterna y nuestro valor, nos dirigimos a la casa. Desde afuera, era incluso más aterradora de lo que los cuentos describían: las ventanas rotas parecían ojos vacíos, y el viento hacía que las paredes crujieran. "¿Estás seguro de que esto es una buena idea, Lucas?" - preguntó Tomás, nervioso. "No te preocupes, solo será un momento. Vamos a ver si realmente hay murciélagos" - respondí, tratando de tranquilizarlo. La puerta chirrió al abrirse, como si la casa misma se quejara de nuestra presencia.

Al principio todo parecía tranquilo, pero a medida que avanzamos, cada sombra parecida a un murciélago nos hacía saltar. De repente, un ruido extraño resonó en el pasillo. "¿Escuchaste eso?" - susurró Tomás. "Sí, puede que sean los murciélagos" - dije, tratando de esconder mis propios temores. Seguimos adentrándonos, cuando de pronto, encontramos una habitación con un viejo espejo cubierto de telarañas.

Sin querer, me acerqué a mirar mi reflejo. Pero en lugar de verme a mí, vi a un niño asustado y a un montón de murciélagos volando a su alrededor. "¡Lucas! ¡No mires!" - gritó Tomás, pero era demasiado tarde. En un abrir y cerrar de ojos, sentí un frío helado y me vi dentro del espejo, rodeado por murciélagos que no eran más que sombras danzantes.

Asustado, grité, "¡Déjame salir!", pero los murciélagos empezaron a acercarse cada vez más. Entonces, recordé lo que decían los cuentos que leí: uno debe enfrentar sus miedos. "¡No tengo miedo!" - grité. Al instante, los murciélagos se detuvieron, y uno de ellos, un poco más grande que los demás, se posó en mi mano, como si me dijera que no era necesario tener miedo.

Tomás corrió hacia mí, y al hacerlo, ambos caímos al suelo. Nos encontramos en la habitación de la casa nuevamente, con el espejo reflejando solo nuestra propia imagen. "Esto fue raro," - musité, aún sorprendidos por lo que acabamos de experimentar. "Pero creo que no eran solo murciélagos. Tal vez eran nuestros propios miedos" - reflexionó Tomás.

Ninguno de los dos podía creer lo que acababa de suceder, y en lugar de salir corriendo, decidimos quedarnos un rato más. Hablamos de lo que nos asustaba y lo que nos hacía sentir valientes. Al final, descubrimos que todos tenemos miedos, pero enfrentarlos puede ser una forma de crecer.

Así fue como aquella noche en la Casa de los Murciélagos se convirtió no solo en una aventura aterradora, sino en una experiencia que nos enseñó a no dejarnos dominar por nuestros miedos. Al salir, miramos hacia atrás y sonreímos.

"¿Te gustaría volver algún día?" - le pregunté a Tomás. "Quizá," - respondió con una sonrisa, "pero solo si llevamos más linternas y, quizás, un mapa" - ambos nos reímos, sabiendo que aunque algunos miedos no desaparezcan, siempre podríamos enfrentarlos juntos.

FIN.

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