La noche en que todas perdieron su inocencia
Había una vez, en un pequeño pueblo africano llamado Ujamaa, un rumor que empezó a circular entre las mujeres. Se contaba que una gran fiesta se llevaría a cabo bajo la luz de la luna, una celebración exclusiva para ellas, donde podrían bailar, reír y compartir sus sueños.
Cada mujer del pueblo estaba emocionada. "-¿Quién será el que organiza esta fiesta?" preguntaban con curiosidad. No tenían idea de quién era el honorario anfitrión, pero la invitación hacía eco en sus corazones.
El día de la fiesta, todas se prepararon con mucho esmero. Había risas y alegría, y cada mujer vestía sus mejores trajes. Aunque las luces y la música envolvían la noche, un aire de intriga flotaba en el ambiente. Cuando el sol se ocultó y la luna iluminó el cielo estrellado, empezaron a llegar al claro del bosque donde había sido organizado el festejo.
Al llegar, se encontraron con un gran fogón en el centro, rodeado de alfombras de colores vibrantes. Cada mujer tomó un lugar y la música empezó a sonar. El ambiente era mágico, lleno de risas y cuentos compartidos. Sin embargo, una silueta se perfilaba entre las sombras: un hombre soldado, con uniforme y un brillo inquietante en sus ojos.
Los murmullos aumentaron entre las mujeres. "-¿Quién es él?" preguntaba Zuri, la más joven del grupo. "-No lo sé, pero parece que no debería estar aquí", señaló Asha, que siempre había sido la más precavida.
La música continuó, pero el soldado empezó a acercarse a cada una de ellas. "-Vengan, ven a bailar conmigo", decía con una sonrisa seductora.
Al principio, algunas se dejaron llevar por la emoción y el ritmo de la música, acercándose a él, pero una a una, las mujeres comenzaron a sentirse incómodas. La atmósfera, que antes era de celebración, se tornó pesada y tensa.
Finalmente, Amina, la líder del grupo, se levantó y se dirigió al soldado. "-¿Quién te ha invitado a esta fiesta? Esto es un lugar para nosotras, no necesitamos un soldado que nos haga sentir inseguras." El soldado, un poco sorprendido, intentó zafarse de la confrontación. "-Solo quiero un poco de diversión, solo un baile." Pero las mujeres ya estaban unidas en su descontento.
"-Escuchen, amigas, no dejemos que la alegría se convierta en algo que no queremos. Este es nuestro espacio, y tenemos el poder de protegerlo. ", exclamó Amina.
Las mujeres, sintiéndose empoderadas, comenzaron a rodear al soldado formando un círculo. "-No somos objetos, somos fuerzas de la naturaleza", gritaron al unísono. La música pareció tambalearse mientras su voz resonaba en el silencio de la noche.
El soldado, sintiéndose acorralado, comprendió que su presencia ya no se toleraría. En un giro inesperado, dio un paso atrás y, con una mirada de resignación, se alejó de la fiesta. La luna brillaba más intensa, como si celebrara la valentía de las mujeres.
La noche continuó, pero ahora con una energía distinta: muchas rieron y abrazaron a Amina, agradeciéndole por su valor. "-Estamos juntas, y así debe ser siempre", decía Zuri, destilando confianza en sus palabras.
Cuando el amanecer llegó, el pueblo de Ujamaa se llenó de historias sobre la fiesta. Nadie jamás había visto a un grupo de mujeres defender su espacio con tanto fervor. Las mujeres aprendieron que su amistad era el refugio más poderoso y que la verdadera celebración era la libertad de ser quienes eran.
A partir de ese día, no sólo se tomaron de la mano al bailar, sino que también forjaron una comunidad más fuerte, donde se escuchaban y apoyaban entre ellas. Ujamaa floreció con la unión y, nunca más, les faltó valor.
FIN.