La Noche Mágica



Era una soleada mañana en el barrio de Las Flores, donde vivían dos mejores amigos, Arthur y Adrián. Ambos estaban emocionados porque al día siguiente comenzaba la semana escolar, y tenían un montón de cosas que querían compartir en el colegio. Pero había un problema: ambos siempre se quedaban despiertos hasta tarde jugando videojuegos o viendo la tele.

"Si nos dormimos temprano esta noche, mañana seremos los más felices en clase", propuso Arthur, mientras acariciaba su consola de videojuegos.

"¡Sí! Y además no me quiero perder el juego nuevo de fútbol que vamos a jugar durante el recreo", agregó Adrián.

Decididos a cumplir su plan, los chicos hicieron un pacto:

"¡Prometemos dormir a las 8 en punto!"

Con el plan en marcha, se prepararon para la noche. Cenaron espaguetis —la comida favorita de ambos— y luego, como si fueran dos guerreros, se lavaron los dientes y se pusieron los pijamas. Por primera vez, Arthur y Adrián se sintieron emocionados por dormir temprano.

Mientras se acomodaban en sus camas, se escuchó un fuerte ruido en el patio.

"¿Escuchaste eso?" preguntó Arthur.

"Sí, parece que alguien está haciendo una fiesta. Vamos a ver", sugirió Adrián.

Ambos amigos saltaron de la cama y corrieron hacia la ventana. En el patio de al lado, vieron a varios niños bailar y jugar. La música sonaba a todo volumen, y las luces de colores iluminaban el lugar. Arthur y Adrián se miraron, llenos de tentación.

"¿Y si sólo miramos un ratito?" propuso Arthur.

"Está bien, pero solo cinco minutos", dijo Adrián.

Cuando se acercaron, se dieron cuenta que la fiesta era más divertida de lo que imaginaban. ¡Había globos, un castillo inflable y hasta una piñata! Se dejaron llevar por el ritmo de la música.

"Solo un juego más, y después a dormir", prometió Adrián, y se unió al grupo de niños.

Pero cuando terminé el juego, el tiempo se escurrió entre sus manos como arena.

"¡Tengo que ir a dormir! Mañana será un día emocionante", gritó Arthur, mirando el reloj que marcaba las 9:30.

"¡No, no! Solo esta vez prometo que será la última!" insistió Adrián.

Y así fue como se llenaron de promesas que nunca cumplieron, mientras el tiempo se les escapaba. Finalmente, después de muchas risas, se dieron cuenta de que ya era muy tarde.

"¡Se nos fue la noche!" dijo Arthur, con un tono de nerviosismo.

"No importa, mañana haremos un esfuerzo doble para sentirnos bien en la escuela", respondió Adrián.

Exhaustos, se metieron en sus camas acurrucados bajo las mantas, esperando que el sueño los encontrara. A la mañana siguiente, sin embargo, todo era diferente.

Despertaron con un gran bostezo y un aire de pesadez.

"No puedo creer que haya pasado eso", murmuró Arthur.

"Yo tampoco. ¿Te das cuenta de que hoy no podremos jugar como queríamos? Estamos muy cansados", se lamentó Adrián, mirando cómo el sol brillaba.

Decididos a disfrutar, a pesar de su falta de sueño, se dirigieron a la escuela. Pero a medida que avanzaba el día, el cansancio se hacía notar.

"Por favor, no me dejes quedarme dormido en la clase de matemáticas", dijo Arthur, mientras no podía evitar un bostezo.

Las horas pasaron lentas y pesadas, y cuando llegó el recreo, tenían ambos los ojos cerrados.

"¡Adrián! ¡Despierta!" gritó Arthur.

"No puedo, necesito una almohada", respondió con voz de sueño.

Finalmente, la profesora Carmen decidió darles una clase sobre la importancia de dormir bien.

"Los sueños son vitales para que nuestros cuerpos y cerebros funcionen correctamente. Con una buena noche de sueño, son más creativos, aprenden mejor y están felices. ¿Quién quiere ser el más feliz en clase?" dijo Carmen, sonriendo.

Al escuchar esto, Arthur y Adrián se miraron y comprendieron que no era solo un juego, era un aprendizaje.

"La próxima vez que prometamos dormir temprano, debemos cumplirlo", sugirió Arthur.

"¡Así será!", respondió Adrián, con una gran sonrisa.

Al finalizar el día, volvieron a casa y, en lugar de encender la consola de videojuegos, comenzaron a planear cómo harían para disfrutar de una buena noche de sueño.

"Podemos leer un libro o jugar a hacer una fogata de cuentos. ¿Qué te parece?" propuso Arthur.

Adrián asintió feliz.

Esa noche, los dos amigos vivieron una aventura de cuentos, llenos de personajes fantásticos y sueños chispeantes.

"Esta sí que es la mejor manera de dormir", dijo Adrián.

"Y nos despertaremos con energía mañana, listos para un nuevo día de aprendizaje y aventura", respondió Arthur.

Y así fue como, al fin, tanto Arthur como Adrián aprendieron que el secreto para ser felices en la escuela era simplemente dormir temprano. Desde ese día, cada noche, realizaban actividades divertidas antes de la cama, y al día siguiente llegaban al colegio, listos para disfrutar de cada momento juntos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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