La Noche Mágica del Señor Fernández



Era una tarde de diciembre en el tranquilo barrio de Villa Esperanza, donde el sol comenzaba a ocultarse detrás de las casas. La familia Fernández estaba felizmente estresada organizando una celebración especial: el regreso de Papá Noel. Todos contribuían, desde los más pequeños hasta los más grandes. La abuela Emilia estaba en la cocina preparando galletas, mientras que Lucas y Ana, los hijos del Señor Fernández, decoraban el árbol.

"¡Mirá, papá! ¡Coloqué la estrella en la punta!" - gritó Ana emocionada, saltando de felicidad.

"¡Y yo le puse luces a las ventanas!" - dijo Lucas mientras movía su cabeza felizmente.

El Señor Fernández, que siempre había mantenido el espíritu navideño vivo en su hogar, pensó que este año podía hacer algo diferente.

"¿Qué les parece si esta noche me disfrazo de Papá Noel y salgo a repartir caramelos y flores por el barrio?" - propuso el papá con una sonrisa.

Ana y Lucas se miraron emocionados y asintieron rápidamente.

"¡Es una gran idea!", dijo Ana. "¡Los vecinos no lo van a poder creer!"

"¡Vamos a preparar todo!" - agregó Lucas, entusiasmado.

Con alegría, la familia se dividió las tareas. Ana se encargó de envolver los caramelos con papel de colores, mientras Lucas hacía dibujos en tarjetas que acompañarían a las flores. Cuando todo estuvo listo, el reloj marcó las doce.

El Señor Fernández se vistió con un gran traje rojo, una barba blanca y se puso un gorro de Papá Noel.

"¡Listo!" - se miró al espejo antes de salir. "Soy el Papá Noel más simpático del barrio".

Con una bolsa llena de caramelos y flores, salió de su casa y se adentró en la noche. Las luces de las casas parpadeaban, y el aire estaba lleno de risas y música navideña. Al acercarse a la primera casa, sintió un cosquilleo de emoción.

"¡Toc, toc!" - dijo el Señor Fernández al llegar a la puerta. Nadie respondió.

Decidió asomarse por la ventana y vio a una familia viendo una película. Entonces, de repente, escuchó un llanto. Se dio cuenta de que en la casa de al lado había un niño pequeño, Pedro, que estaba triste porque no pudo tener su regalo de Navidad.

El Señor Fernández decidió que su misión iría más allá de repartir golosinas.

"¡Toco la puerta y le regalo algo especial a Pedro!" - pensó. Así que se acercó y llamó con suavidad.

La mamá de Pedro abrió la puerta y al ver a Papá Noel se sorprendió.

"¡Oh! ¡Papá Noel!" - exclamó.

"Ho, ho, ho... ¡Hola, familia!" - dijo con voz grave. "Vine a ver cómo están y a traer un regalito para Pedro".

Lucas y Ana se asomaron detrás de su papá, mirando con ojos grandes.

"¡Pedro! ¡Mirá a quien vino a visitarte!" - llamó la mamá.

Pedro salió despacito, y al ver a Papá Noel su tristeza se disipó. El Señor Fernández se agachó, le dio una flor y un caramelo.

"Espero que esto te haga sonreír, pequeño. La Navidad es una época de compartir y de estar con los que amamos" - dijo.

El niño sonrió y abrazó el regalo mientras todos aplaudían. Pero el Señor Fernández no se detuvo ahí. Caminó por el barrio, visitando a más niños y adultos, dejando flores y caramelos.

Cuando llegó a casa, se dio cuenta de que había más que felicidad en su corazón; había algo mejor: el espíritu de dar. Se reunió con su familia, y todos juntos compartieron las historias de esa mágica noche.

"Papá, hoy aprendí que dar puede hacer más feliz a la gente que recibir" - dijo Lucas.

"Exactamente, chicos. La verdadera Navidad se trata de dar amor y alegría a los demás." - respondió el papá emocionado.

Y así, en Villa Esperanza, cada diciembre se convirtió en una tradición especial, donde el Señor Fernández, el mejor Papá Noel del barrio, les recordaba a todos que la magia de la Navidad está en el acto de dar.

FIN.

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